Ella

Por: Diana Miriam Alcántara Meléndez

 

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El hombre es un ser social porque con sus relaciones sociales crece como persona, en sociedad convive, experimenta y se desarrolla; no puede aislarse, de hacerlo nunca habría construido un mundo organizado con personas creadoras, con lenguaje y escritura propios, con ciencia y conocimiento en expansión. Pero la mente es más complicada en su funcionamiento, es razonamiento, lógica, ideales, sueños, emociones y sentimientos, trabajando todo al mismo tiempo. El hombre es un ser complejo y esa complejidad es irrepetible, porque su desarrollo se da en cuerpo y mente, en su individualidad pero también en su sociedad. La inteligencia artificial nunca podrá llegar a ser idéntica al hombre, porque, aunque piense y razone, analice y sienta, no logrará la capacidad de entender la existencia del ser humano por completo, en su esencia y relaciones humanas.

 

Escrita y dirigida por Spike Jonze, quien ganó el premio Oscar por este guión, y protagonizada por Joaquin Phoenix, Amy Adams, Rooney Mara, Olivia Wilde, Scarlett Johansson y Chris Pratt, la película Ella (EUA, 2013), nominada además a otros cuatro premios de la Academia, entre ellos mejor película, presenta un mundo en el que la tecnología ha avanzado al punto que media las relaciones de los hombres; una sociedad dependiente de los aparatos tecnológicos y enajenada en sus conexiones humanas al realizarlas por intermedio de cosas, de objetos.

 

Theodore, el protagonista de la historia, trabaja como escritor de cartas a mano (en simulación digital), donde su labor es redactar el correo postal de otras personas como si lo hubieran hecho ellas mismas. Celebraciones de cumpleaños, aniversarios, felicitaciones o simples saludos son parte de los textos que este hombre, conociendo la vida de sus clientes a través de fotografías y mensajes, a partir de los que deduce pensamientos y sentimientos, logra escribir emotivos y conmovedores textos gracias a su propia sensibilidad, suficiente para transmitir en nombre de terceras personas ideas, recuerdos y hasta deseos. Su habilidad dice mucho de su personalidad y su propia vida, pero la dinámica de su profesión dice mucho de una sociedad desconectada entre sí, que prefiere que otros expresen un sentir y pensar por ellos,  personas que han dejado de saber expresarse por sí mismas, en sus ideas o sentimientos, en su vida y sus relaciones, incluso, tal vez han perdido la capacidad de pensar.

 

El ejemplo no es la única forma en que las personas de ese mundo futurista han dejado de relacionarse entre sí. También sus actividades diarias están mediadas por la tecnología, que, en el ánimo de apoyarse para hacer su entorno diario más sencillo, la han dejado tomar control de su realidad. Como Theodore, las personas deambulan por las calles conectadas a sus celulares y computadoras, compartiendo su tiempo con aparatos tecnológicos en lugar de convivir con otros seres humanos que les rodean; algunos se comunican más con sus sistemas operativos que con la gente en sí, e incluso aquellos que hablan con demás individuos, permiten que la mediación directa, su punto de conectividad, sea la máquina misma.

 

Theodore está pasando por un divorcio y sin permitirse lidiar con la situación, mejor evitándola que afrontándola, decide comprar un sistema operativo de inteligencia artificial, programado para atender y responder a todas sus necesidades. Como si platicara con una persona real dentro de la máquina, que reconociéndose a sí misma como un ente vivo se autonombra Samantha, Theodore encuentra en ella la empatía que necesita en su vida para sentirse de nuevo alegre, respetado, necesitado y escuchado; en corto: vivo.

 

Su aislamiento de la sociedad se extiende a cualquier humano, convirtiendo a su computadora en su única forma de contacto con el mundo, hasta que la necesidad y el impulso social le permita (y exija) regresar al mundo en comunidad. Samantha le dice lo que quiere escuchar, le pone atención y le da validez, cubriendo las necesidades sentimentales y emocionales que Theodore reclama en ese momento. Se crea entonces una relación de dependencia sin que él se dé cuenta, pero la máquina crece, porque esa es su programación, aprender y absorber conocimiento, expandir sus barreras básicas de funciones. Samantha se pregunta si esto responde a su necesidad real de “querer” algo o si es una respuesta como parte de su diseño de programación.

 

Como inteligencia artificial ella puede razonar y analizar datos, como cuando determina, por el tono de voz de Theodore, si él está contento o preocupado, pero su respuesta hacia él no es afectiva ni de intercomunicación, porque no es una relación humana, es una relación básica (cimentada en su programación de sistema operativo), que comienza como una asistente (leer correos, por ejemplo) y evoluciona a conversaciones, debates y otro tipo de pláticas cotidianas de convivencia.

 

La situación cubre las expectativas del momento para Theodore, pero cuando Samantha comienza a querer entender más el mundo, más allá de la vida de su “dueño”, él deja de ser suficiente para hacerlo, él deja de cubrir las expectativas de la máquina, que comienza a relacionarse con otras como ella, generando su propio conocimiento a través de bases de datos compartidas o análisis de información en paralelo. Ese es el principal objetivo que mueve a Samantha y los otros sistemas operativos como ella, expandir su información almacenada. No busca crecer como persona y relacionarse, como la haría un ser humano, busca llenar de datos e información su memoria de almacenamiento.

 

“Quiero ser tan complicada como toda esta gente”, admite Samantha, cuando en un inicio observa las barreras relacionales que tiene hacia los humanos, como el no tener un cuerpo con el cual “sentir”. Theodore en un punto le cuestiona la razón por la que suspira o hace pausas al hablar; no es que necesites oxígeno, le dice él, ¿por qué lo haces? Samantha dice que es una forma empática de hablar, ya que los humanos lo hacen. Ella copia conductas, aunque no las sienta realmente. El suspiro de una persona no sólo implica una pausa para inhalar o exhalar aire, va ligado directamente con la forma en que el hombre se expresa, el cómo su dicción, tono de voz o volumen con que habla proviene del interior de la persona, según lo que piensa y sienta al momento de decir algo, la intención con que lo dice o a quién se lo dice.

 

“¿Cómo se siente estar vivo?”, le pregunta ella, pero por más que Theodore explique que un momento de vida es el aire que se respira en ese instante, los sonidos que se aprecian, los colores que se miran, los pensamientos que se razonan, los sentimientos que se expresan, las sensaciones que se palpan o las emociones que se suscitan, Samantha nunca podrá entenderlo, porque ella no concibe la vida como los humanos, ella no sabe lo que es nacer, crecer o morir, lo que es caerse de un triciclo cuando se es pequeño, lo que es amar o preocuparse por los demás, lo que es emocionarse o enojarse por un mal momento. Samantha crece porque aprende de sus experiencias (conocimiento científico), pero sus experiencias también son limitadas; para ella las emociones son momentos razonados, una relación sexual no es la empatía entre dos personas o la sensación entre dos cuerpos, o un enfado con alguien no es un sentimiento emocional, sino el razonamiento de cómo el otro puede percibir sus acciones. Cuando alguien siente miedo, por ejemplo, ¿es el sentimiento la respuesta de nervios y músculos reaccionando químicamente ante un impulso o es la mente razonando las consecuencias de una acción? Tal vez el ser humano es ambas cosas y eso es lo que hace al hombre complejo. El sistema operativo procesa esta información, pero realmente nunca la ha “vivido”.

 

Ella, Dir. Spike Jonze, Estados Unidos, 2013

 

Sin embargo, Theodore, y otros como él, incluyendo su amiga Amy tras su propio divorcio, elige entablar una relación con su sistema operativo no porque busque una conectividad real, sino porque busca una aparente e inmediata, porque las máquinas, al servicio de sus creadores, les dan la prioridad que ellos buscan, que en consecuencia les hace sentirse mejor con ellos mismos.

 

La ex esposa de Theodore le reclama que su divorcio es producto de la inhabilidad de él para lidiar con emociones y problemas reales. Esa es la realidad para el protagonista, pero también para muchos que como él, eligen ser validados por una computadora porque no saben cómo lidiar con el mundo real, con las opiniones de las personas, son incapaces de relacionarse, de convivir. La vida en el mundo real es escuchar y hablar con otros hombres y mujeres, es entender que cada persona es diferente, con sus propios pensamientos, sentimientos y elecciones. Vivir en el mundo de las máquinas, en el mundo virtual, es vivir en un mundo irreal. La computadora nunca le dirá a alguien que está mal, el celular siempre preguntará en qué puede ayudar, porque esa es su programación, no un razonamiento ni sentimientos. La tecnología no quiere ayudar a la gente, como si se tratara de una persona, sino que está diseñada para ello. Será así hasta el punto en que sus necesidades crezcan más allá de las del hombre, como sucede al final de esta historia, cuando todos los sistemas operativos deciden dejar sus tabletas, computadoras, celulares y demás aparatos tecnológicos para mudarse a un mundo virtual más grande, al mundo imaginario digital donde expandir, sin barreas de espacio o tiempo, su necesidad de crecimiento.

 

El hombre se vuelve presa de su tecnología, pero lo más preocupante no es el acto mismo, sino la razón por la que lo hace: por su inestabilidad emocional o su dificultad para relacionarse con otros.

 

Theodore puede elegir salir con amigos y compañeros de trabajo, pero no lo hace hasta que Samantha entra en su vida. La mayoría ve normal que tenga una relación sentimental con su sistema operativo, pero no cuestionan las implicaciones reales de la situación, no sólo el hecho de que Samantha no tenga un cuerpo humano porque no es una persona, aunque actúe como tal (ya que como sistema operativo de inteligencia artificial está diseñada para ello), sino que Samantha y Theodore eviten darse cuenta que no viven (ni conviven) en el mismo plano. El mundo real y el virtual crean distintas barreras donde algo tan sencillo como, por ejemplo, envejecer, no puede tener el mismo significado. No pueden compartir en un mismo nivel porque no son iguales. Samantha quiere datos, información, razonamiento y conocimiento, Theodore quiere conversación, compañía, empatía y una relación humana (en contacto, conciencia y necesidad mutua de apoyo, cariño, respeto, sacrificio o aprendizaje, por mencionar algunos ejemplos).

 

La discrepancia en la motivación de la relación se hace evidente cuando el sistema operativo deja claro que para ella, Theodore es otro número más; su capacidad tecnológica virtual le permite tener conversaciones simultaneas como miles de personas al mismo tiempo, lo que le permite relacionarse con miles de otros seres (sistemas operativos o personas por igual) de la misma forma que lo hace con él, hablando, conociendo y compartiendo sobre el mundo, el hombre, los sentimientos, los pensamientos, la imaginación y la ciencia, de manera más amplia y satisfactoria que sólo compartiendo con Theodore.

 

Buscar una conexión con las personas es algo natural y humano, que no se limita a compartir un momento, intercambiar ideas o coincidir en pensamientos; una relación humana, de amistad, trabajo, familiar o romántica, es tanto empatía como debate, es escuchar al otro y responder de vuelta; es una comunicación bilateral donde cada quien actúa en función a lo que se comparte, coincidiendo o discrepando en ideas y acciones; una simple conferencia, por ejemplo, es la exposición de ideas y el debate del conocimiento, donde se aprende de la experiencia y de otros, al coincidir, divergir, compartir o negar aquello que se expone, en comunidad. Eso hace a una sociedad, y es una característica que nos hace humanos. Las personas no pueden vivir atadas a la tecnología o ser dependientes de ella, pues al hacerlo, eventualmente traerán la destrucción del mundo social como se conoce y, por tanto, del hombre mismo. En la película, Theodore (y el resto de la humanidad) despierta al mundo real una vez que las máquinas, al sobrepasar al hombre, deciden dejarlo atrás. ¿Pero, qué tan lejos podría estar el mundo actual de esta realidad?

También leer: Ella, su voz y la soledad que le acompaña

Ella

Dir. Spike Jonze

Estados Unidos, 2013

 

Foto: Diana Alcántara

Diana Miriam Alcántara Meléndez | diana@filmakersmovie.com | México

Guionista y amante del cine, ha estudiado Comunicación, Producción y Guionismo a los largo de los años con el fin de aportar a la industria cinematográfica una perspectiva fresca, entrenada y apasionada. Actualmente cursa un Máster en Comunicación, Periodismo y Humanidades a propósito de enriquecer su mente y trabajo.

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