Rápidos y Furiosos, lecciones para una franquicia y sus apegos

 

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La industria cinematográfica como negocio, ha sustentado gran parte de su estrategia avocada al entretenimiento desde la imagen, mediante la consecución de historias probadas, secuelas, precuelas, remakes, relanzamientos y experimentos de construcción narrativa basados en el universo de personajes entrelazados. Con frecuencia el desgaste de las franquicias, la baja calidad de las entregas o la indiferencia paulatina del espectador, terminan por agotar una formula o de asfixiar una nomenclatura.

 

Cuando en 2001 “Rápido y Furioso” de Rob Cohen apareció en escena, la propuesta parecía fresca, una iniciativa estratégica que intercalaría pequeñas películas de acción con las grandes producciones de los estudios. No obstante, la saga adherente a la pasión por los autos, personajes aguerridos, bellas mujeres y música pegajosa de las citadinas calles nocturnas, emergió para instalarse como una de las franquicias más exitosas del siglo presente.

 

En 2017 y tras sólo un tropiezo acontecido en Tokyo (donde por cierto no aparecen los caracteres principales) la octava entrega de los autos que corren con furia, ritmo y un sinfín de aventuras sobre ruedas, ha vuelto a poner de manifiesto la excelente visión financiera y de empatía que los estudios Universal plantearon para las vicisitudes de Vin Diesel y Paul Walker. Después del éxito inusitado de “Rápido y Furioso 7” de James Wan, en gran medida atribuido al dolor y homenaje causados por la muerte de Walker, Diesel y su personaje Torreto, asumen, más no en solitario, la estafeta de una serie que parece no agotarse sino mantenerse tras el pináculo. La visión de sumar actores con cierta trayectoria y por ende a sus respectivas audiencias, ha cautivado a quienes degustan la velocidad, las persecuciones, el sonido de los motores y la cada vez más inverosímil pero entretenida historia hasta el vértigo que les brinda éxito constante.

 

Dwayne Johnson, Jason Statham, Michele Rodriguez y Tyrese Gibson, forman un equipo que independientemente de su posicionamiento heroico-villanesco han sumado junto a Kurt Rusell, Elsa Pataky, Hellen Mirren, Scott Eastwood un coral reparto que puede intercalarse con invitados ausentes como Ludacris o recurrentes como Don Omar.

 

En clara carga de apego social por la vida callejera, a la música urbana, a la fascinación material y a la personificación casi animista de los automóviles, “Rápido y Furioso” parece no detenerse en la construcción de una identidad particular en cada cinta, sino en una esencia general que le brinda a su público lo que busca, pretende y espera de su marca registrada. En “Rápido y Furioso” 8, Charlize Theron hace su aparición para generar más allá de un triángulo amoroso, una cadena de sucesos que ponen a prueba la lealtad, la amistad o las vocaciones de interés que derivan en bandos opuestos  a la “familia” y que ineludiblemente conllevan a una novena entrega de liberación emocional. La trama se aleja de las competencias callejeras para definitivamente catapultar a los ases del volante en héroes de la humanidad, en paladines de la democracia y curiosamente, del orden ante el caos de la anarquía que acecha el mundo donde ellos mismos gozan de rebeldía.

 

La película ofrece como ninguna otra, secuencias de acción coreografiadas en torno de la pantalla y de la irresoluble posibilidad de la inercia. Los autos están en constante movimiento, los escenarios son más diversos, y el sentido de su guion ahora centra su viaje del héroe, en una búsqueda por la esencia misma de Dominc Torreto. La seducción, la ambición o la traición oscilan entre los muros que se construyen a la amistad, a la lealtad o al cariño que sienten entre sí los protagonistas. El héroe es villano y los villanos ahora son los héroes porque en realidad nunca ha habido un mal obligado sino necesario para dar sentido a la trama, la vulnerabilidad de la vocación hacia el bien y de los sentimientos ante el deseo, invitan al espectador a seguir el viaje global en ajustados cinturones de seguridad.

 

Tal cual ofreciera la obra maestra de Christopher Nolan “El Caballero de la Noche”, la dinámica “Capitán América: Guerra Civil” 2016 de Joe Russo y Anthony Russo, o incluso la polémica “Batman Vs Superman” 2016 de Zack Snyder ésta octava película se constituye con bases de voluntad y discernimiento, amparada su misiva en una acción sin freno y en efectos visuales que acompañan los engranajes de la mecánica y que dejan abierta la resolución del entramado ético.

 

Las millas recorridas en alta velocidad desde aquella primera cinta que costó cerca de 40 millones de dólares, hasta la octava que costó cerca de 300, han pasado kilómetros de reinvenciones creativas que han mantenido increíblemente activo, fresco y dinámico el proceso de filmación y estrenos de forma consecutiva.  “Rápido y Furioso” 8 se apresta a ser la segunda entrada en la franquicia que rebase el billón de dólares en taquilla a nivel mundial. Para disfrutar de esta cinta,  la credencial de manejo solicita gusto por los autos, la velocidad y la testosterona ávida de transitar las aventuras de un grupo de amigos y rivales al son de la música estilo Miami, sin más predisposición que el entretenimiento, dejando al lado la búsqueda de profundidad en el guión o la exageración de una franquicia que da lecciones de cómo mantener cautiva a la audiencia y seguir cultivando la empatía por los personajes y sus apegos de automovilísticos.

Fast & Furious 8

Dir. F. Gary Gray

E.U.A., 2017

3:017

 

 

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