Anora, 2024, Dir: Sean Baker

Por: Andrés Palma Buratta

El cine de Baker no es una simple reivindicación de las minorías sexuales o de los marginales, el cine de Baker es un ejemplo de otredad. Y es ahí donde comienzan todos los matices de la obra de Baker.

Anora es una bailarina de lapdance en un striptease de New York que se deja cautivar por un muy joven multimillonario hijo de oligarcas rusos y vive, por una semana, lo que ella cree es la vida de una princesa. El tema de los reinos, las princesas, Disneyland, se repite a lo largo de la filmografía de Sean Baker, ya sea en el personaje de la prostituta transgénero Sin-Dee Rella en Tangerine, o la historia de una madre desempleada y su pequeña hija en un motel a las afueras de Disneyland. Anora se suma a ese universo “outsider” donde Sean Beaker hace gala, nuevamente, de su capacidad para darle voz a estas “minorías sexuales”, pero sin caer en la moralina condescendiente y lastimera de la que peca la mayoría del cine comercial Hollywoodense e incluso del cine mal llamado independiente. Harmony Korine lo intentó alguna vez, pero, al igual que Audiard y su Emilia Pérez privilegió un elenco de estrellas pop con miles de seguidores en las redes sociales pegadas en fondos de cartón estridentes, por sobre estos descubrimientos que resultan ser Ani, interpretada por una muy convincente Mikey Madison e Iván (Mark Eydelshteyn), que bien pudieron haber salido en cualquier película del director californiano o su amigo Larry Clark, con su propia estridencia, inmadurez y detestable personalidad, pero que sin embargo, Baker fue capaz de devolverle a esas disonancias un papel de performer. La actriz/actor vuelve a ser más importante que el maquillaje.

Baker utiliza la vieja, pero nunca oxidada, formula de la comedia física que tanto significó para el cine de los años 30/40 y que repercutió durante generaciones en las filmografías de tantos otros directores que con más o menos fortuna la siguieron llevando a la pantalla grande hasta el día de hoy. Ver Anora es ver a los Hermanos Marx, inevitable no pensar en el trio cómico al momento de la llegada de los tres guardaespaldas “rusos” que acompaña a Anora, pero también es ver a Buster Keaton (no por nada la mayoría del arte de vanguardia se inclina por la pureza mecánica de Keaton sobre Chaplin o Laurel y Hardy) o Harold Lloyd, las comedia de los años 40, mezclada con la frescura del mejor Godard de Pierrot le fou o Bande à part, pero sobre todo de Jules et Jim, donde el amor naif, juvenil, alocado se convierte en tragedia, en finalidad narrativa aunque despreciada por los círculos académicos y críticos de la alta alcurnia cinéfila. Anora, corrió con mejor suerte y ya fue premiada en Cannes.
Anora es un nuevo slapstick de neón y estupefacientes que sigue un poco la línea de Red Rocket, en cuanto a la seguidilla de gags sobre la que Baker construye estos frenéticos mundos circunstanciales, muchas veces políticamente incorrectos, pero totalmente queribles o por lo menos entendibles. Baker parece conocer o por lo menos saber cómo se mueve ese mundo y elige el lenguaje cinematográfico adecuado para exponerlos en pantalla, con mucha dignidad (dicho sea de paso), tensión latente y sin caer en la intelectualización del relato, con personajes que expelen emoción que deriva en dramaturgia.

Pero más allá de la película en sí, creo que Baker ha entendido la sociedad actual mejor que muchos sociólogos, antropólogos y para que decir políticos que se adjudican las banderas de las nuevas luchas post capitalista.
Por mucho tiempo se habló sobre la representación de la realidad en el cine, el “como si fuera real”, la eterna y académica lucha entre la diégesis Platónica y la mímesis Aristotélica, donde la imitación de la naturaleza se resiste a la comparación con el referente y se convierte en el original. Donde se busca reproducir una semejanza con hechos naturales o sociales y por otro lado se busca crear un propio mundo y obedecer sus propias reglas. ¿Qué es Anora entonces? Los dos, ninguna de las dos, Anora es más que una película.
Anora es entender el posmodernismo, el hipercapitalismo, es la digitalización de las relaciones humanas, es el intercambio de amor por dinero y ojalá subido a las redes sociales que caracteriza las actuales formas y fondos de relacionarse sentimentales, sexuales, políticas, económicas y sociales de nuestras sociedades, o por los menos de nuestras nuevas generaciones químicamente emborrachadas. Y cuando hablo en plural, es porque personalmente ya no identifico las barreras ideológicas, filosóficas o intelectuales de antaño en los jóvenes y tampoco en los viejos. Los revolucionarios del ayer, son los reaccionarios del hoy.
El cine de Baker no es una simple reivindicación de las minorías sexuales o de los marginales, el cine de Baker es un ejemplo de otredad. Y es ahí donde comienzan todos los matices de la obra de Baker.
Baker centra su mirada en los “otros”, aquellos personajes que no comparten identidad con “nosotros”, creando esa pertenecía y diferenciándose de esos grupos históricamente dominantes, para convertir aquellas estigmatizaciones y discriminaciones en potenciales recursos de inclusión, justicia y empatía. Convierte entonces al “otro” en comunicación, base de la diversidad y cooperación para la sobrevivencia (véase The Florida Project) en antítesis a la jerarquización sistémicas de grupos hegemónicos.
Sin embargo, Baker, al igual que Audiard, no ha estado exento de polémicas por una serie de tweets que parecieran ser más bien reaccionarios, apoyando al culpable de asesinar a dos manifestantes durante los disturbios civiles en Kenosha, Wisconsin. ¿Es acaso posible entonces, que la «derecha» también haga cine, buen cine y relate la humanidad en películas más progresistas que los mismos progresistas en su cine conservador, llenos de juicios morales evangelizadores?

Y es que Sean Baker es capaz de ver y plasmar de forma muy palpitante las últimas etapas de los imperios, sociedades reconstruidas sobre la opulencia de antaño, bañados por ese oro oxidado, deshecho por su avaricia, megalomanía y estupidez. Pero Baker también entiende que esas sociedades todavía se niegan a morir, sociedades que aún no se sacuden de la guerra fría y miran el mundo en blanco y negro y que de vez en cuando da unos últimos estertores de brillo y expanden sus mensajes vociferantes a través de plataformas masivas de comunicación antes de colapsarse. No es nada nuevo. Ya en los años ‘40 Orson Welles con el Ciudadano Kane había reflejado el delirio y su poder mediático. Pero Baker quizás dio voz a los adolescentes apolíticos aburridos de vivir en la pobreza sin oportunidades y atemorizados por terminar como sus padres que terminaron votando por Milei, o a la mayoría de migrantes del cono sur y centro América que votaron por Trump porque las promesas de la izquierda los dejó en un vacío ideal y económico o a todos aquellos que ven en Luigi Mangioni una suerte de super héroe post anárquico.
Se rompe la dicotomía de izquierda y derecha fabricada sobre castillos de arena.
Anora es una sutileza capaz de descifrar las millones de ideas y vidas simuladas que pululan el mundo. Hay toda una vida allá afuera que la mayoría ansia creada superficialmente, digitalmente, virtualmente. Todo es posible porque nada de eso existe o nada de lo que vemos debe haber sucedido antes en la realidad. El trap, el reggaetón, el descapotable por Miami, la Gucci, el all inclusive, los casinos, tiendas caras, zapatillas de marcas, la fama, el dinero, el poder, desde las poblaciones hasta la clase alta, en New York, Singapur o Madrid, todos quieren champagne en un yate alguna vez en la vida y en el caso de Anora vivir el sueño de la princesa. Simular que vivimos en un gran video juego sin reglas ni códigos morales y éticos, en una eterna evasión burguesa ante el profundo misterio del destino humano. Ya no son los castillos de arena, son castillos de token o bitcoin. Y por ende las relaciones afectivas, políticas, sociales y sexuales cambian. Yo no sé cómo. Me cuesta descifrar. Habrá que preguntarles a los chavos. ¿Es eso aspiracional, superficial, arribista, reaccionario o es la nueva realidad real?
El problema es como volver a esta sociedad del “nosotros” cuando el sueño del “otro” se acaba. La sociedad es la misma, el mundo también, la vida también, plásticamente son iguales, es muy difícil diferenciar un viaje mágico de uno banal, pero la diferencia de intensidad en el efecto que ejerció sobre nosotros esa quimera es incuestionable. Se puede regresar destruido emocionalmente y volver a ser el “otro”, o se puede volver rompiendo la vida real, resistiéndose, aunque sea con lágrimas, sudor y sexo, al sometimiento del capitalismo y todas sus accesiones, neo, hiper, post, etc. Cualquiera de las dos interpretaciones es válida para el final de Anora.
Anora es casi un estudio etnográfico ficcionado hacia la comedia, una especie de Nanuk, el esquimal contemporáneo. Quizás funcione como epifanía de la vida más allá de la realidad, más allá de la otredad. Quizás no pretende nada de eso. Lo que podemos afirmar con certeza es que Anora dio fin a la guerra fría.

Anora, 2024, Dir: Sean Baker

Andrés Palma Buratta |  IMDb @andrespalmab

Director y guionista italo-chileno, nos transporta al mundo distópico de una sociedad subterránea en su película Cassette, presentada en el Festival de Cine B, Cineteca Nacional de Chile y el Museo de la Ciudad de México. Ha participado en la producción de la película chilena “Una parte de mi vida” elogiada por la crítica. Su sensibilidad y lucha por defender los derechos humanos lo llevan a realizar el documental “Tú Ciudad…tus derechos”, para la CDHDF. Autor de historias sencillas y profundas. Desarrolló  la serie #HoySoyNadie, para Televisa Networks, fue director de Camaleón Films, dirige Filmakers Media Content.

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