Reflexiones

Por: Ana María Sánchez Rodríguez

 

Escribo con el privilegio de vivir, después de una tragedia como la que se vive en México, un temblor que sacude nuestra frágil y vulnerable existencia. NO lo sentí como lo sintieron muchas de las personas que quiero y que viven en la ciudad de México y en Puebla padeciendo primero el sonido de la alarma sísmica, que si bien, te alerta del movimiento de la tierra te hace esperar y después la tierra se mueve como si respirará y quisiera expresar algo, de esa respiración nos movemos todos y todas y todo lo que hay en ella, los edificios se descolocan, se vuelven trampas en donde quedan las cosas de quienes la habitaban, las personas que esperaban que este movimiento no hiciera caer la casa que los guarece y ahora se vuelve en trampa mortal.

 

Todas y todos nos volvemos en esa fracción de segundos víctimas de la naturaleza, y que nos llama, el temblor que sucedió y cae en la remota posibilidad de que fuera el mismo día de 1985. Después de este movimiento de la tierra viene una inquieta y terrible calma, aquella calma de la que no quieres jamás volver a experimentar, la alarma ha parado, el temblor ha terminado y ahora yacen en la tierra los cimientos de edificios y en ella la gente que permaneció en estos. Te sientes impotente, buscas entender que acaba de suceder, tu vida te paso en fracción de segundos pensaste a momentos que la librabas, y en otros que aquí sería el final de tu vida.

 

Los temblores nos mueven y hacen reaccionar a unas y a otros de manera tan distinta, hay quienes gritan, o quienes intentan razonar sobre el suceso, o culpan a unos y a otros, pero los hay los más quienes salen a ver por los suyos, y otros por todos y todas. En este momento todas las personas nos volvemos uno en la inmensidad de un tragedia que necesita la acción y reacción para rescatar, apoyar y ayudar; solidaridad que el temblor no cimbró, cimbrará otras cosas, a momentos el ánimo y en otras ocasiones la esperanza. La solidaridad no tiene fronteras, no conoce de clases, de razas, de religión de etnia, de discapacidad, de edad, nos volvemos parte de esta incertidumbre que siempre ha estado presente solo que ahora se hace evidente.

 

Ya nada será igual, no para quienes experimentamos esta sacudida, no para quienes vieron el sufrimiento, la desesperación, pero también la valentía de quienes arriesgan todo y nada, de quienes traen víveres, de quienes buscan entre los escombros, entre quienes hacen los recorridos a pie y mantienen a las personas informadas, de quienes desde las redes se movilizan para dar a conocer la lista de las personas que están en el hospital.

 

Nos preocupa ahora la inevitable recuperación de una sociedad que se sacudió, pero de las personas, hombres, mujeres, niños y niñas que lo perdieron todo porque nos faltan las personas que murieron, el patrimonio que construimos, la ciudad que conocimos.

 

¿Qué sigue? Levantarse ante un estrés evidente, suenan las alarmas de los coches y nos ponemos en alerta, vemos gente correr y nos sacude el miedo pero toca reconstruirnos, animarnos, solidarizarnos y apoyarnos, pensando que podemos hacer de esta tragedia una gran oportunidad para la unidad, una unidad no superficial, correosa o endeble, sino una unidad pensando en nuestras diferencias pero con miras en lo profundo, en la esencia de lo que nos hace profundamente humanos y humanas. Buscamos la trascendencia y este es un momento para reconsiderar nuestras trayectorias, nuestra vida como hasta hora la conocemos pero con gran potencial por transformar nuestra realidad y la de otros, es la actitud, es la convicción es la espiritualidad más allá de credos.

 

Hace una semana nos reuníamos en marcha, indignantes por los feminicidios, Mara nos congregaba en solidaridad para reclamar y dar un basta, no olvidemos con este temblor las grandes injusticias de las que somos participes con nuestra indiferencia busquemos la manera de actuar, de transformar el mundo en el que vivimos, no se necesitan grandes hazañas. Hemos visto el heroísmo de quienes regalan sus tamales, de quienes donan su mercancía, de quienes salen a buscar a pesar de la lluvia.

 

Que nos mueva el corazón, en el sentido más personal de que lo que vemos nos duele, nos conmueve, nos afecta de que somos parte de esto y del todo, necesitamos ahora y siempre creer que nadie hará lo que a mí y a cada una y uno de nosotros nos toca hacer, contribuir para que mi entorno sea mejor que antes, mejor en lo espiritual y en lo material y que somos cuerpo y alma para los demás. Trabajemos y busquemos que en medio de estas sacudidas hagamos en conciencia lo que nos toca hacer- vivir para que todos estemos mejor, que la justicia no sea un término trillado, que la libertad no este secuestrada y la fortaleza nos sostenga. Vivimos solo esta vida y hay que intensamente aprovecharla, ¿tú que estás haciendo?

 

 

Foto: Ana María Sánchez

Ana María Sánchez Rodríguez | México

Cinéfila, politóloga y especialista en trabajo social. Realizó sus estudios en LSE en el Reino Unido, es  Doctora  en Políticas Públicas en UMASS Boston. Su pasión por la promoción, defensa y procuración de los derechos humanos la ha llevado a escribir diversos artículos, asistiendo a numerosos congresos internacionales, y a participar en la realización de los documentales “Pobreza Extrema”, y ”Tu Ciudad Tus Derechos”.

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