Por: Diana Miriam Alcántara Meléndez | Barcelona, España.
Convencionalismos reducidos a cliché, ideas formuladas repetidas, los llamados lugares comunes, tan frecuentes en el cine que se pierden entre la realidad y la ficción, que se aceptan como verdaderos, que dejan de cuestionarse y que se insertan en el colectivo social sin aporte alguno, tratando de capturar individuos y situaciones reales, complejas, pero distantes de lograrlo.
La cinematografía imagina historias, esboza personajes, crea y recrea, pero finalmente su acercamiento a la realidad va de la mano de una ficción estructurada; si bien el cliché puede contar con su dosis de verdad que aporta un grado de verosimilitud al trabajo realizado, el abuso de ellos, como muletilla en el desarrollo de una historia, o como manipulación (en contenido o respecto a la relación con el público), es una maniobra falta de creatividad e inventiva, que fuerza, esquiva y evita la verdadera aproximación que el cine puede ofrecer respecto a la sociedad en la que vive, en la que se desarrolla, con la que comparte y a la que aporta.
Cuando una fórmula es repetida en exceso se convierte en predecible. Cuando un tipo de película, un género, caen en estas repeticiones, pierde gran parte de su esencia; las fórmulas son repetidas en el común social de manera tan natural que comienzan a darse de manera automática. El cine cambia pensamientos y comportamientos a un nivel en donde confirmar clichés es confirmar la realidad. Si la gente cree que el mundo exterior es una prolongación de lo que conoce en el cine, algo ha salido mal.
Las películas son aproximaciones a la realidad y el uso de clichés son una forma de dar entendimiento por sentido común a las historias, pero no son de ninguna manera una excusa para poner un relato en pantalla; el cine fija su propio lenguaje y prohibiciones, ejemplo de ello son las adaptaciones de libros a películas, sin embargo, como arte, no debe permitirse que la técnica opaque a la obra, ni que la retórica opaque el contenido puro de una historia, su mensaje y su esencia son la potencialidad y la trascendencia de la cultura cinematográfica.
Algunos filósofos consideran que la cultura se ha convertido en una industria más que en un arte; entre ellos se encuentran Theodor Adorno (1903-1969) y Max Horkheimer (1895-1973), quienes en su texto “La industria cultural” expresan su opinión sobre cómo los medios masivos de comunicación y el cine han llegado a un nivel de falla artística y movimiento por inercia, atendiendo a los intereses de explotación más que de formación; ello hace cuestionable la función de, por ejemplo, el cine, como medio distractor más que de entretenimiento y entendimiento, siendo retratista de la vida ordinaria y promoviendo la repetición a fin de crear una totalidad que permita el control y sometimiento ante quienes encabezan la jerarquía social.
Si bien este pensamiento puede llegar a ser extremista y negativo, es importante recalcar la relevancia e importancia del análisis de su trasfondo; el estilo auténtico y la libertad de creación y expresión como medios de reconocimiento del ser y de su cultura en el arte es vital para el desarrollo humano, la repetición constante de patrones y la falta de cuestionamiento por una mejor oferta artística sólo provocará el conformismo del espectador, que se contentará con cualquier cosa que se le ofrezca.
Para el cine esta situación resulta muy negativa. Tanto el creador como el público deben estar animados por nuevas propuestas. La naturalidad o exageración en una historia, ya sea a través del uso de clichés o de cualquier otro tipo de herramientas en su desarrollo (como el uso de efectos especiales o las campañas publicitarias que promueven una película), debe encontrar un balance entre reconocimiento e innovación. El cine no puede ser completamente extraño a sí mismo, pero tampoco puede permitirse caer en un cíclico nivel de formas ordinarias.
El público tiene un pensamiento propio, el cine no ofrece todas las respuestas ni plantea todas las preguntas, el cine explora. El uso del cliché, como tal, no puede ser erradicado, ni debe, pero tampoco debe ser sobreexplotado, su uso es una ayuda. Un lugar común es una herramienta de reconocimiento, utilizada de manera delicada, en el arte en general e invita a una aproximación con el objeto, pero cuando se excede, se vuelve predecible y se acepta sin juicio, se perjudica tanto al que hace como al que recibe. La capacidad de sorprender es una virtud, que encuentra oportunidades y caminos si se permite libertad propia, si apela por su lado artístico y cultural.
El cliché, como fórmula, se desgasta por sí solo.
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Diana Miriam Alcántara Meléndez | México | España