Por: Andrés Palma Buratta
Cada vez que quiero escuchar un grito sofocado, un silencio lacerante, ver una representación abstracta coherente en su rareza o simplemente vislumbrar la maldad que se esconde en la naturaleza y que circunda al ser humano, e infiere, además, en su naturaleza humana; me sumerjo en el cine de Kim Ki-Duk o Ki-Duk Kim.
Hace algunos meses comencé está discusión con mi amigo Carlos Yarad : ¿cómo se puede interpretar el cine de Kim Ki-Duk?, sí es que a este tipo de autores se le pueda asignar un significado per sé, más que a sus obras. En su documental “Arirang” (2011), vemos al director en un viaje, pero no a través de su obra, no una biofilmografía, o quizás sí, pero relatada desde lo profundo de su naturaleza humana, ya no autor, sino persona. Enfrentándose constantemente con él mismo, exorcizando sus cuestiones morales, ideológicas, simbólicas, que lo llevan a plasmar más que arte cinematográfico, una intrínseca e intrincada metamorfosis de la existencia concebida desde las relaciones humanas en correlación al mundo vivo y espiritual hasta su desecación, su muerte, su paso a otro cosmos, su vuelta al interior.
Nunca tuvo mayor coherencia, como en esta obra, el lugar común de enterrar tu pasado.
Y para eso debía matar a sus personajes, debía matar su obra, toda su obra, en una ceremonia de expiación, de reparación de aquellas contrariedades que constituyen las miles de ideas que fabrican mundos. ¿Cómo dar con estos personajes; si por lo general no se comunican con el resto a través de la palabra? Existencias silenciosas, como él. Se mueven en los límites de lo real, o irreal, de la emoción, la quietud, la contemplación, el arrebato, la intimidación. Escondidos en las sombras de otros seres igual de irreales. Son figuras (más que hombres o mujeres) marginales, que no han encontrado su lugar en el mundo, o quizás el mundo (concepción tanto occidental como oriental) no es un espacio para ellos. La palabra da paso más bien a lo visceral, y es ahí donde nace, crece, explota toda la violencia de sus films, retenida en un principio, inexpresiva quizás, pero que ulteriormente se vuelve gráfica, explícita, incómoda, torna a presentar las relaciones humanas como desafección, construcción y deconstrucción de las perspectivas afectivas hacia el universo, sus componentes filosóficos, imaginativos. Por fin, hacia uno mismo, nuestras luchas internas, en definitiva hacia él.
No creo sea necesario entender el cine, como cine/arte/audiovisual de Kim Ki-Duk, sino más bien quedarse con una representación alegórica, metafísica, figurativa, simbólica, infinitamente compleja, que hace que el lenguaje cinematográfico tambaleé, se desmorone, reconstruya y nazca en las entrañas del cosmos íntimo de estas formas pertenecientes a un paraje más onírico de lo que jamás hayamos conocido.
Todo pareciera prorrumpir de la búsqueda del “yo”, del “retorno a sí mismo” como lo definiera Tarkovski y su relación con la naturaleza.
La naturaleza orgánica y humana es tanto símil de brutalidad como de belleza, y esa naturaleza orgánica se convierte en definitiva en la naturaleza del hombre, confusa pero diáfana, feroz pero liberadora, inmaculada, espiritual, perturbadora conciencia más del ser humano. El todo parte del interior y se va exteriorizando a medida que vamos entendiendo los simbolismos (el agua es constante en su filmografía) que asedian la fe, el crecimiento, el amor, los celos, el odio, la crueldad, el misterio, la emancipación, la vida misma, sujeta a múltiples interpretaciones, cuestionando los ideales de belleza, de verdad, de natura, de misericordia, de perdón enfrentándolos violentamente contra “el hombre” refugiado en parajes de difícil acceso, tanto para llegar, como para salir. El individuo no quiere llegar al resto y no quiere que nadie llegue a él, para ello, pone de defensa la naturaleza viva, y la suya propia.
Esos simbolismos, se convierten, entonces, en la llave de entrada a sus historias; aunque la diferencia temporal, sociológica, antropológica, cultural y de códigos de las sociedades, supone un abismo, la globalización, o quizás el sentido común, la memoria, el “felling” permite identificar los mecanismos de re presentación, re interpretación, que se nos hacen, en definitiva, familiares, los hacemos nuestros, los incorporamos bajo la piel, nos pertenecen, su obra es nuestra, nosotros los autores de aquella creación divina o racional que nos circunda.
Kim Ki-Duk va dibujando esa naturaleza, a su imagen y semejanza. Tanto sus composiciones visuales, como la “naturaleza del verbo” (acuñada nuevamente por Tarkovski, quien pareciera ser el maestro de todos estos autores) se asemejan a pinceladas sobre un lienzo de materias disímiles según el discurso, según la emoción, según la impresión.
A cambio de palabras, hay colores y texturas, algunas marcadas, gruesas, rugosas, torcidas, de colores fuertes, para dar paso, luego, a finas líneas de colores tenues, de movimientos internos, de tormentas contenidas, del paso del tiempo y los cambios que en ellos habitan, que van difuminando la fábula, arduo realizar el todo sin que uno termine de identificar cuando esas pinceladas, esas narraciones se unifican ¿Cuál de esas pinceladas estás viendo al final de la historia?
Lo onírico adquiere en este momento la capacidad de reflejo de ese tránsito entre lo real y el sueño, puente de la difícil condición del ser humano y su relación con el contexto, máscara de las caracterizaciones mundanas, cobijo de los miedos, desnudo de la bizarría. Entonces los protagonistas de sus historias no son los personajes, sino la imagen que reflejan en ese espejo que explota en una espiral de múltiples dimensiones inundando la pantalla de perfección artística, de “poesía fílmica”, de perturbador arte, que traspasa conciencias, moralejas, vidas preestablecidas, concepción de mundo imperante en la razón adjunta del hombre moderno, quizás el animal más violento y sádico de todo ser vivo, que mejor verlo en su status natural a través de la contemplación de Kim Ki-Duk.
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Aquí el tráiler de su última película » Pieta»
Corea del Sur, 2013
Dir. Kim Ki-Duck
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Andrés Palma Buratta | IMDb | @andresdepalma
Director y guionista italo-chileno, nos transporta al mundo distópico de una sociedad subterránea en su película Cassette, presentada en el Festival de Cine B, Cineteca Nacional de Chile y el Museo de la Ciudad de México. Ha participado en la producción de la película chilena “Una parte de mi vida” elogiada por la crítica. Su sensibilidad y lucha por defender los derechos humanos lo llevan a realizar el documental “Tú Ciudad…tus derechos”, para la CDHDF. Autor de historias sencillas y profundas. Desarrolló la serie #HoySoyNadie, para Televisa Networks.