Sala de Espera

Iván Uriel Atanacio Medellín

Recuerdo me levantabas del suelo y cargabas con tus brazos, tus agrupadas caricias cubriéndome del frío, fingiste al dolor cuando sintiéndome nada dabas todo, sufriste mis pesadillas y desvelaste mis sueños. Recuerdo sufrías ante mis idas y abarcabas de gozo a mi regreso, caminamos siempre así estuvieras cansada, recuerdo tu piel que parecía un pañuelo, tus cabellos tersos, el respiro tuyo consolando mi llanto, y tu presurosa corrida por aliviarme. Recuerdo cuando hablamos por última vez, pediste me cuidara, dijiste volvías pronto, que el adiós está lejos pero está, y que de cualquier lugar uno siempre vuelve a donde ha partido, cómo recuerdo madre aquel abrazo y el último beso.

El ÍTAMO, Iván Uriel

Cierro los ojos a la oscuridad que se ha hecho. Sólo escucho voces alrededor como murmullos, como una suerte de posibilidad infinita, como esos juegos de la mente que se empeñan en la prenda del insomnio, en la intranquilidad resuelta de aislados pasillos y habitaciones vacías; hace mucho de aquello, fue hace tanto que no recuerdo el día exacto, sólo imágenes que conviven alucinaciones y dejos de muerte, hace tanto y a la vez hace poco, que perece fuese ayer aquella súplica por el rescate al medio del camino, de la firma consciente a la entrada de este edificio que pareciera estar construido sobre un cementerio, y tener vida en una dimensión alterna de la propia realidad: la esperanza. Desde ese instante en que el azar, la imprudencia o el atisbo de la premura, agitaron volcados los instintos por salvarse ante el ataque a lo querido, supe que el temor a lo desconocido habita la premonición sobre el devenir que sacudió a torrentes las huellas del follaje que a sangre atestiguó se cumpliera. Todo giró como remolinos giran las azuzadas salidas a laberintos que aterrorizan no pronunciar las emociones y no vivir las experiencias detenidas en la boca como si la fatalidad se apoderase de la expresión. De los inmediatos gritos desesperados, se escucharon las sirenas estridentes de la tragedia, kilómetros intempestivos de súbito, un soplo duró la travesía, los remordimientos se vierten sobre las ruinas de quienes no sienten culpa, de los indolentes ante el humo de cuerpos incinerados y campos quemados por la pólvora del olvido, esos altares a la vera del camino, al que se sumarán al tiempo las cuitas de nuestra vía. No sé cómo es posible pasar del alboroto contumaz al sonido de la prisa, y como la prisa sede su paso al amparo del silencio, el cansancio de la pena cobija dormirse al anhelo de que la pesadilla haya sido un sueño de esos que uno de pronto despierta a media noche respirando agitado para abrazar la venia de serlo, pero no.

La pesadilla es tan real como las blancas siluetas cubiertas de sangre y del azul celeste que no deja ver el rostro de los compases que se acercan y alejan como sombras a la noche auxiliando los dejos de la herida, luces encienden y apagan de pronto como en mí la ilusión del sueño, pero no, es tan real la fila de cuerpos recostados al pesebre del lamento como real es el dolor sentido al edificio que cobija. Entonces asumo que la simpatía por el mal, conjura un debate filosófico que construye desde un lenguaje propio, una crítica sistémica y estructural donde los parámetros morales no existen cuando sólo se desea el castigo que no puede expiar el infortunio, no se puede castigar ante el delito ausente ni hacer reclamos hacia el cielo, sólo blasfemar con la misma intensidad que hace a la plegaria el desahucio. Afuera de esta habitación la cotidianidad del edificio donde nos encontramos a la espera de una noticia, de una palabra, de un acontecimiento que libere la angustia, no da paso al asombro que sólo emerge cuando se irrumpe lo que los dejos acostumbran; hoy es la vez primera que cavilo añorar la otredad que me confronta, esa del vacío existencial, la que ahuyenta el letargo de la vida en el abrazo. Extraño tantos esos pequeños pedazos de cielo, que no advertí asir antes por la monotonía premura de los días, pero hoy logré hacer de cada pausa un momento de íntima introspección, conformar diálogos del pensamiento, y tratar de soñar con darle sentido al vacío que atiende el despertar como un milagro. Y sin embargo, me ahogo en un grito que más tiene incomprensión que la súplica de un regazo, la llamada que atiende el resquebrajamiento de los cimientos más débiles, y que apela a la fuerza del cariño que renace cuando los sanadores de la esperanza, informan paulatinos los avances sin respuesta de la causa.

Había sido un viaje lleno de expectativas, de ilusorias conquistas y atrevimientos, de gozo y alegrías, que concluyó siendo el periplo existencial que ahora me porta en la reflexión constante sobre la vida, la muerte y la existencia. Todo cambia en un segundo, nada permanece al virar la manecilla de la quimera en advertencia, los andares inician y terminan sin antes hacer la escala que lacera el funeral que es visto por el propio muerto y el nacimiento como una opción del libre albedrío. Sí, en este lugar lo mismo hay vida que hay muerte, lo mismo mueren los enfermos que sufren los heridos, que agonizan las condenas, que se alivian los latidos. Todas las emociones aparecen y desaparecen como las congojas del paciente al darse de alta, o el llanto que anuncia el nacimiento de alguien que tarde o temprano, vivirá la dubitación cual soliloquio de la prisa. Los anuncios auscultan las preocupaciones y advierten los procesos de la ciencia, donde convergen temores, angustias, las fobias; el advenimiento del devenir y su locura, aquí se vive bajo el cariz de la desesperación y el imperio de la incertidumbre.

Estoy cierta, lo siento ahora con más fuerza que antes, este descanso podría ser el fin de la historia, de la mía, de la nuestra, de lo que fuimos. Nada, ni siquiera las sospechas volverán a ser las mismas, lo conocido será desconocido y a partir de ese instante en que llegamos a este lugar donde residen los apegos, sólo quedará quiere soporte las madrugadas a la vera, las mañanas al develo y las noches en alerta de la precaución hacia lo imprevisto. Mientras haya quienes retocen las horas del sereno sobre las duros sitiales y relajen el ansia tensa sobre los sofás inexistentes del suelo, no habrá cabida para el abandono, ni par el suicidio colectivo de la desesperanza; eso pienso, eso creo aunque no pueda decirlo pues nos están vedadas las palabras y prohibidas las caricias para decir qué deseamos al cuerpo que tampoco es posible moverlo. Quisiera decirles que me siento contenta, que me sé rodeada por telares del cariño, por las visitas puntuales y a deshoras, por la curiosidad atenta del capricho, que atiendo cada voz cual melodía taciturna, y cada lloro con la cuita de calmarle. En este lugar la búsqueda de un estado de felicidad parece no existir, a mi lado un conductor trata de disuadir al pasajero suicida de su intento, y no lo hace con argumentos rebuscados, comunes o que refieran a persona alguna, es más, los sentimientos se vierten hacia la minimalista perspectiva del recorrido y de la búsqueda del sentido; en ese pasaje sobre ruedas que surge desde la oferta del suicida por ser enterrado una vez muera, aparece un taxidermista necesitado de dinero.

Aquí redunda un serial de historias entrelazadas por el destino, la atención de lo que sucede entre las historias íntimas cobra ímpeto de ficción, y en esa ficción de la realidad, de la violencia como una oda desesperada de ambición, ajuste de cuentas y éxito, atiendo la misteriosa caminata que motiva el nodo de los afectos que unen el pasado con el presente. En la pista de las razones, de las causas y consecuencias, el viaje por cada rincón de un contexto desolador, aguarda la esperanza de que pueda recuperarse lo querido. Vidas, circunstancias, entornos distintos unidos por la fatalidad, se quiebran por dentro y muy hondo, denuncian lo sagrado en la indolencia que parece, delegar la unción a la profanidad que culmina su pecado al juramento, a la promesa; aquí se revelan los secretos, se ocultan las verdades y las mentiras hacen eco, aquello que se esconde se revela, y aquello que se ofrece se oculta, estar aquí resulta ser obra de un destino manifiesto, inalienable, del que no es posible escaparse porque la determinación pareciera ya estar decidida sin discernimiento. En este lugar la disposición de las habitaciones indica la urgencia de quedarnos dentro, en el primer piso residen las atenciones de quien procura, en el segundo piso de quien sufre, y en este tercero que no tiene puertas sino cortinas a máquinas en movimiento, residen quienes sosiegan la intensiva energía de la confusión, mediante sendas terapias de agujeros negros y respiraciones profundas.

Este es el piso de las intervenciones continuas que mantienen a los aquí vecinos, tejiendo horizontes de sucesos, cohabitando la lírica del hoy con los mensajes del mañana y los mañanas con los mensajes del ayer, todos enviados por el mismo agente hacia un mismo destinatario.  Cuántas preguntas sin respuesta hay todo el día, cuantas cuestiones solventadas por la observación de las horas críticas, esas que al pasar, indican la zanjada del insomnio que será la nueva compañía de la soledad, la dolorosa soledad que sólo se siente cuando uno está enmarcado por decenas de pares que no miran a los ojos rojos por la bravura, pues no se dan cuenta quienes debita asumir el accidente o entender como el fluir de la vida de pronto se detiene. Pongo atención, trato de no distraer ningún procedimiento ni provocar el desánimo de los galenos, su vocación osará cruzar la débil línea que separa el accidente de lo intencional, el exabrupto de lo natural, lo que se veía venir de lo inesperado y todo, con la culpa vestida de hielo y neblina que matiza el paisaje de esta postal que lamenta no haber compartido con lo amado más tiempo.

A media noche los informes designan, aclaran o confirman lo que por el amanecer habrá de confirmarse, y todo sucede al mismo tiempo, en este lugar donde habitan víctimas que dormidas, despiertan al medio del sueño para descubrir el delito y al profanador. A partir de ahí,  la necesidad de generar una impronta e implantarla en las víctimas, es la misión que las sombras de blanco buscan implantar desde su vocación, hay una oportunidad de unir la realidad y el sueño, tanto como se bifurca la ambigüedad de su peana. La muerte inesperada como antecedente, consecuencia y antesala del adiós como legado, dibujan una representación vívida, emocional y profundamente explorada, la muerte como una habilidad del hastío, una cualidad de la maldad, y la lealtad como una resultante del apego cuando se acompaña. Aquí los sentimientos no pueden ser ajenos como ajenos no pueden ser los deseos cuando se desea, ansía y abraza. Entonces pretendo estar sola porque no hay alternativas ante los ojos del otro, que es capaz de matar y dar vida al sentimiento, primero en el engaño, después en el consentimiento de quien se abandona en ese curso espectral que asola los cariños. La celda como suerte de abacería sin dueño, semeja ser cada camilla enfilada en bretes de azulejos, barandas y ruedillas, nada queda más que aguardar la resignación o la superación del confinamiento. Hay tanto tiempo para rumiar las cornisas de un cuarto, que me permite evocar nítidos recuerdos de mi infancia, el invierno en la ilusión de algún juguete, las primaveras de flores,  los veranos de lluvias, y las anécdotas de los altares en otoño que aguardan los inciensos dedicados a quien no pueda salir de este santuario dedicado a la resignación y a la esperanza.

Así, bajo el sustento de una confrontación con la alteridad inextricable, con el misterio del incierto devenir y en certeza de la finitud, la premisa de un juicio posible a nuestros actos, asusta los errores divinos y los aciertos que definen el principio y el fin. Al final, una vez más se asoma el amor como lo único capaz de trascenderla, la patibularia redención del cielo, la ida al sacramental camposanto sin reparo, o la vuelta a los recuerdos que se apreciarán ante la posibilidad del presente. La necesidad de comunicarnos motiva despertar, es un hecho que desconocemos los enigmas de la existencia, que suponemos concebir la total comprensión lo que sucede cuando la mente guarda sus pensamientos para dentro, la no aceptación de los hechos, la relatividad de la separación, el fortalecimiento de los lazos afectivos de quienes esperan abrazar la vida, o mantener relación con quien ha muerto. Las distantes voces que aún viven y se escuchan a través de la preservación del sonido natural, rebota su eco en las paredes de una habitación donde además de habitar los dolientes, habitan los retumbos de la espera.

Me queda claro que la condición humana transita en dos puntos unidos por una línea que guinda preces, plegarias, rogativas, aquí quienes han muerto reviven para atender lo que los santos quizá no atiendan, calmar los dolores, las heridas y sus penas, o la resolución de los asuntos pendientes que presenta la dualidad manifiesta de la vida; no sé qué hacer para saldar las cuentas, recuperar la memoria y preservar los recuerdos para evitar el olvido. Me duele verles apesumbrados, me duele escucharles hablar entre lágrimas, me duele el canto de murmullos nocturnos que desvelan, los amaneceres que susurran, las vidas pasadas que aquí se debaten al acuerdo. Me cuesta aceptar que el mundo de los vivos more en la superficie, y el mundo de los muertos subterráneo sea, no son los muertos quienes se presentan ante los vivos ni los vivos quienes apelan de los muertos su vuelta. La relación del vivo es directamente con la muerte, y para dilucidar las preguntas perennes que dan sentido y significado a la existencia, entablo un duelo con la muerte. Ese duelo es el mismo que dirimen los enfermos, los heridos, los pasmos y las repentinas sorpresas, el silencio de dios adquiere la respuesta presencial de su verdugo, y en la revaloración de la existencia que desvanece, inquiere y responde, respiro la liberación como destino final de la existencia. La estática de este lugar contrasta con el dinámico viaje que yo emprendo en otros lares que nadie acusa pues nadie ha vuelto para aclarar la duda de la ida, un viaje sin remos amparado en bregar la brega del amor y anclar la utopía de la fuga como una liberación más que un escape. Los galenos no claudican ser gestores de la posibilidad probable de los encuentros y desencuentros, el avenimiento en víspera de una conclusión temporal, que otorga al período la cualidad de embellecer las hojas secas.

Duele la espiritual aproximación a la pérdida de la fe, la vacua religiosidad y al viaje que se interrumpe cuando el mapa parece borrar los enlaces de un destino que se desconoce porque no existe. El silencio enjuicia sin defensa, el viaje prosigue tras la pausa, pero sólo el destino del silencio sabrá si serán los mismos pasajeros quienes se hagan al camino. Miró hacia el techo y es tanto el brillo de las luces lampareando las miradas, que forma un espejo que refleja un rostro que supongo es el mío, y que se transforma al impasse de imágenes que se suceden una tras otra, que deslumbran, aturden, provocan e incitan descubrir el porqué de su yuxtaposición, y el para qué de su disposición anclada en el sonido: el silencio también duele.

Quisiera escuchar la lluvia como aliciente, pero en este lugar no se escucha ni la lluvia, ni los truenos ni el viento soplar, no se escucha nada, esta ausencia de sonido parece construir la palestra para el ritual del alma, ése donde decidirá transitar la frontera del infinito. Es increíble que pueda viajar anclado aquí lo que nunca pude explorar antes, que pueda hallar sentido a la inmortalidad y a la aspiración de suspenderme levitando el espacio, prolongando lo finito en la eternidad sin tiempo. Estoy a pleno vuelo y sigo descubriendo, visitando otros paisajes y más lugares como más son quienes aguardan fuera y menos quienes visitan dentro mi abadía, las agujas han disuelto su líquido, los cables conectan la artificial forma de respirar el aire encapsulado por las fibras que extienden sus ramas cual árbol, y exámenes detallan los peligros del contagio de cualquier enfermedad que inunde ese mismo aire que mi cuerpo se ha negado.

Y mientras el sufrimiento suceda y la cura sane, los guardes en su intervención derivan pugnar la supervivencia o dejar que lo inminente pase, su debate deriva entre que la natura mute o que ceda la acción humana que la ciencia manipula. Una extraña infusión de la culpa como condena, en su coro ha decidido que no habrá más, sus procedimientos conforman un serial de acciones continuas que convergen al dolor del cuerpo y de la tierra. No obstante la tragedia, proponen una alternativa redentora, y a la vez, la delegación cual herencia de una pena que esconda el alarido contenido con la mudez de las palabras de esta confesión no solícita, que no puede expresarse más sí sentirse en el masaje de la caricia. Yo era los sueños vertidos en la pesadilla que el miedo podía provocarnos, insertos a un remolque apaciguando nervios aguzados, yo era las avideces profusas del hircismo, y era lo que ocultamos a los demás y lo que de nosotros los demás saben. Quiero volver a creer, tener fe en que dios me escucha, tener fe es válido cuando se ama, y ha sido el amor mi fuente tras aquella madrugada en que nos hicimos al camino, cuando dormita sin pestañear siquiera, la complicidad es tan eterna como el sueño cuando se comparte.

La niebla es densa y huele a humo, todas las que aquí estamos no alcanzamos a ser cinco, y todos los que afuera deambulan de un lado para otro, que van y vienen, que dan giros y sientan donde quede un hueco al y se levantan al sobresalto de las alarmas falsas, somos en conjunto una cofradía de nómadas. Somos como madrigales crecidos en pantanos, después de andar al medio de la nada, buscamos el significado de las cosas más que de los sucesos, no podemos huir de nuestro destino pero tampoco esperar a que suceda. Sólo nos queda esperar de un lado y del otro de estas paredes que separan quien está enfermo y quien está sano, unidos por el dolor que rebasa la carne porque se adhiere al alma, unidos por el sufrir de la expectativa, por el clamor de las ansias. En este lugar de hospitalaria atención, la impotencia supera el desespere y la sinrazón adquiere los signos de cólera, los gritos ahogados por dentro no quieren expresarse por fuera, eso podría significar que todo ha terminado, que no hay más que esperar porque ya nada llegará más que la cripta.

Y duele, cómo duele no poder atrapar el tiempo, duele, cómo duele no poder dibujar sus imágenes más allá de los recuerdos, sintiendo que acabé de estar y pienso  no sobrevivir el cruce, que no podré acercarme a la luz que me ofrece la existencia; observo lo que acontece en mi vida sin poder intervenir en ella, donde ningún sentimiento es más importante que otro. El cruce es ese paso entre dos dimensiones que habitaremos todos a designio, pero en compañía de quien no llegó a esta habitación porque no había nada más que hacer al regreso cuando se ha partido. La brisa es el lamento de crisoles reflejados en los acompasados versos andariegos, no dudaría un momento en mirarte a los ojos, nadie más ocupa lo que de mí ya no queda, juntos somos ese alguien que comparte nuestra esencia, no la mía, no la tuya, la nuestra. Cómo duele pasen los días sin darnos cuenta, pero es difícil encontrar paz habiendo vivido la guerra. En el intento está el resto de nosotros, eso que es invisible pero hace sentir su presencia, no sé qué haré cuando detrás de mí nadie me siga, cuando delante de mí nadie me espere.

Mientras miro de frente y el tiempo pasa sin detenerse, sólo me duelo por las vidas que no tendré, por los momentos que no serán, y debo entonces dejar de pensar en el devenir, que el futuro es una utopía, pues cuando lo se vive ya es pasado, lo que se viva será presente. Así despido con el adiós del nunca los sinsabores del cielo y los apasionantes besos que esconderemos en las secuencias que rondarán cuando las pienses. Yo me hago a la idea desde ahora mientras cada paso es más lento y me hundo cada vez más en la arena, no por la levedad de mi cuerpo sin agua, sino por el tiempo en que me detengo sobre ella, llenando los vacíos que nosotros creamos, ahí donde se fueron los días, ahí donde yo pertenezco.

Somos los hijos de alguien y de nadie, habitamos un sitio y ninguno, somos vidas pasajeras que solo al tocarse con otras significan. Sé que si desvanece mi ánimo seré un cuerpo sin alma, la voluntad se me irá de a poco, sin saber qué querer ni por dónde empezar, entumecida por el tedio, resignada a lo que venga. La vida es una cuita, es broma, drama, suspenso, el terror inesperado, la comedia perfecta, el erotismo efebo, la acción continua. Soy lo escrito en las páginas de  registros que estarán en los expedientes de lo que fue, la historia y soy la búsqueda de mi propio espacio, saber quién soy da cuenta de cuán amplio es el cupo del afecto, pues al final me iré de la vida tal como la obtuve, de dos seres que para ser fueron uno. No elegí nacer y no elegiré morir, la única elección que tengo es qué hacer con la vida y hasta ese sufragio me fue vedado por la circunstancia.

Vivo ahora para el después pensando el antes, sin atrapar el presente ni ver el futuro, colecciono días que no serán y que no vuelven, elucubrando lo que pudo ser cuando tener un hoy es lo importante del mañana. No escapo del dolor pero trato de olvidarlo para averiguar en qué consiste y dónde reside la belleza de las cosas, siento que el primer lugar donde la luz del día ilumina es donde yo despierto, y trato de asir los instantes que me colman sin destruir otras vidas para que la mía sea posible, vivo y muero al mismo tiempo. Quiero abrir y cerrar los ojos, ser como las manchas que dejan las gotas de lluvia y que al final desaparecen; ser el principio de algo, el fin de un relato, el clímax de una obra. Quiero vivir los días uno a uno, ser el guiño que invita, la tentación, el deseo perverso, admirar la belleza sin tocarla, sentir de cerca, sentir de lejos. A medida que los días avanzan, cada día de más es un día menos, cada hora vale ahora más que nunca, y cada minuto dura lo que el suspiro alcanza a exhalarse por la boca; saber que se acerca el final para el desahucio es un alivio, y aunque existe angustia, no quiero ver al mundo con ojos de vicisitud, escucharlo con oídos de prejuicio ni palparlo con el tacto que la curiosidad permita, el universo es demasiado grande para desaparecer y aún existen por descubrirse nuevos mundos. En esta sala de espera he cavilado que la vida es un alcorce sinuoso de albergues que adoptan emociones, reciben acopios y donan sentimientos, ustedes al medio de la estrada, rondando las afueras del recinto entre humarolas de café y cigarrillos consumidos por la ansiedad, hesitan bregar la quía, los momios del porvenir son adversos y la confusión es un coloquio que decide qué hacer y cómo planear al escape un itinerario. Una hilera de sueños rotos pasó de lado, su fila incluye la expectativa de una agonía en su meta renovada, el hálito postrero de un grito ahogado, algo que no estaba antes en nosotros ha crecido y así escuchamos el último llamado que nos incluye, en ese momento íntimo sólo estoy yo y lo que vendrá para mí.

Le pido a Dios me explique porqué me dejó al amparo de otro intento y por qué tenemos que alejarnos de aquello que amamos. Le pido a Dios me explique por qué los días se hacen meses y no logro atravesar la frontera que nos une o nos separa, sería más fácil si me quedo o será más fácil irme para quienes se quedan, ¿de qué habrían servido las horas entre tubos, torniquetes y jeringas? ¿De qué habrá servido los dolores de la espalda, las jornadas. ¿De qué vale soñar con un mañana si no puedo soñar hoy? Le pedí a Dios hasta que asimilé que sólo podía pedirle cuidados. Me encomendé por ende a sus bendiciones, a su gracia, y a estos regalos que no he podido agradecer pero que guindan en mi cama con el amor de quien espera, me haya de ir donde me aguardan otros brazos, o quedarme para avivar más días soleados aunque soles no hayan. Apersono a mi cuello un escapulario recogido en los delirios dejados por los efectos de la anestesia, en tanto agradezco el milagro de la vida, es mediodía, mis llagas supuran, mis pisadas en la arena se hunden y al viento mis huellas desvanecen. Mi rostro agrieta polvos adheridos, mis pies no aguantan el derretir de las peanas, y estas piernas que al bandazo corrieron, cansan dar pasos sin consulta.

Quise platicar contigo muchas veces pero no sabía de qué, iba a enseñarte cómo hacer una fogata, a mantenerla encendida cambiando la madera vieja por nueva, a llevarte al circo que dejó de venir algún año que tampoco recuerdo, pero el día era como hoy, hacía el mismo frío que te pone las mejillas resecas como si te agrietaras igual que la tierra se agrieta. Tu beso tenía sabor a despedida, así lo sentí, y cuando te diste vuelta, cogiste un pañuelo y secaste la humedad que dejó aquella lágrima que cayó sobre mi frente, seguro en la congoja no te percataste, todavía guardo el pañuelo con tu lágrima y tu beso. Tu sufrías por no verte más, yo por jamás verte, el adiós es un lugar allá… lejos. Así como se hacen las tragedias, así como los sueños pesadillas, la ansiedad de verse esgrimió el dolor de tu leva. Cercana es la ausencia cuando estás lejano, corazón agonizas tiempos magros, quizá sea yo un fantasma que nunca has visto, un recuerdo que de polvo no adviertas. Los lugares permanecen donde nosotros nos vamos, lanzando besos que fuesen el aire, que fuesen las letras, y con eso nos quedamos aunque no baste. Hay acontecimientos que nos superan pero aprendemos a vivir con ellos, un viaje resulta estéril si antes de tu destino regresas dónde has partido, confío volvemos a vernos. Cada manecilla del reloj marca horas distintas a medida del reclamo, y al caer la última gota de lluvia como cae la última gota del suero, nos despedimos empapados por la zozobra. El sentido de la vida está en el amor, otros dicen germina del odio, para mí el sentido posibilita que las emociones existan, y los sentimientos sean el puente entre la realidad que existe y la fantasía que se desea.

De cualquier manera descifraremos la forma de ser felices y no hay sorpresa cuando algo esperas; no puede ser feliz quien vive al día, anhelando llegue el día siguiente. En esta dinámica de camastros sin más nombre que el número al chequeo, nos encontramos de mañana y por la tarde nuestros nombres sabemos, dejamos que pase las semanas sin saludos, aunque jamás sepamos quiénes éramos, al final, quiero sobrevivir al invierno, a la tormenta, a la enfermedad, encontrar el sentido de mí, pero no puedo sola, el sentido no mora un lugar que pueda encontrar, sólo nosotros damos sentido a nuestra vida. Y aunque quisiera rendirme o liberarme a este dolor, no sabría si más dolor pueda causarles que los días a mi lado no sean los mismos. Cumpliste la promesa de un mejor mañana como quien escapa a la incertidumbre y se alivia en su regazo, la espera de nuevos amaneceres, la dignidad devuelta desde el instante en que supiste yo vendría, el sueño más grande de tu vida llegaba en el peor de los momentos que se sienten, ante el mejor de los momentos que se viven. Si no vuelvo prefiero morir de congoja, nunca jures que regresas porque el juramento depositado en aquello que no seas tú es un capricho, en este viaje encuentro sospecha en donde nadie es inocente porque la culpa está en el caos que avizora un orden impuesto a ironía, es el pesar de nuestra alegoría reflejado desde su contexto, las formas en que tipificamos la vida, la muerte y la esperanza, la forma en que al emprender un viaje hacemos promesas y nos aproximamos al silencio.

Los malos presagios calan hondo el viento agreste, las ánimas en pena se aproximan, y las ánimas nuestras las ahuyentan, acuden a resarcir los abandonos de una guerra no declarada, que les desatendió en la derrota pues no hubo victoria para ningún bando. La recuperación de la memoria desde el prejuicio prepara un escenario de lo que vendrá, los baladros son indiferentes para quien les ignora, comulgo con el absurdo, con el existencialismo y la conjura, después advierto ignorar la verdad que sé. Describo los hechos verídicos vueltos extraordinarios desde el sueño que se convierte en un escenario, donde los personajes mueren de ilusiones cuando han cedido a la resignación y en ellos desaparece la capacidad de asombro. Las imágenes recrean y las anécdotas figuran un limbo entre el cielo y el infierno donde avistan sucumbir a las tentaciones del olvido, suprimidas hasta ser confrontadas por el deseo. Para mí la eternidad no es un espacio y no es tiempo, es ese instante en que el amor fue carne y espíritu, entrega y abrazo, amparo y respeto, la promesa cumplida en un beso. Eternidad es ese instante en que amor fue una mirada, la promesa el sueño que se cumple, ese instante del suspiro en la muerte y de la vida cuando se ama. Darle sentido a la vida era buscarlo en los porqués del abandono, sabía mamá que uno encuentra el sentido de la vida en lo amado, y no, al otro lado de estos muros.

Mientras diarios acumulan sobre la mesa de aparadores que reciben los dolores a regaños, cuestiono si hay un mejor momento para nacer, morir o enamorarnos, y me pregunto si para seguir adelante hay que dejar atrás el pasado, y ahora escribo sin pensar, motivada por el vaivén de la pluma que guía mi mano. Nadie percibe a los vivos entre tantos muertos ni separa el agua de la lluvia y la tierra del polvo, quiero saber cómo son las cosas y percibir los sentimientos, no vale vivir la guerra en tiempos de paz, y no es lo mismo la paz que una tregua, y entonces, en ese instante, ilumino mi rostro ante el tuyo y dejo mi cuerpo se vuelva a la tierra. Quiero que sepas que todo se escucha y todo se siente, que despierto cada que llegas y ahora que mis párpados cansados relajan conmigo, acudo al final de camino con la satisfacción plena de haberlo junto a ti concluido, suspiro.

Mamá se fue agotando como un manantial de agua fresca que sepulta un aluvión, cuyo magma esparce lava ardiente a ríos de piedra. Fui testigo de cómo despertaba cada día más tarde, de cómo se hizo lenta aun siendo joven, de cómo su cabello se alejó de su cabeza y siendo de sólido temperamento y tesón de roble, se hizo a un peso más liviano que las plumas de las aves. La acompañé durante la visita de doctores, y consultas donde sólo se anota la bitácora del sufrimiento,  el dolor y yo, al hospital nos hicimos habituales, y en el tratamiento sentí su vientre que me envolvía como se envuelven a capullos las flores. Hicimos de cada visita la relatoría de andares que seguro escuchabas, y aunque estuviese siempre parada, hacía de tu mano esa silla donde sentaba la ilusión de la plenitud que da estar a tu lado para leerte un libro. La vi desvanecerse como una imagen difumina entre espejismos y desaparece como desaparece la espuma entre las olas. Al siguiente día no había sorpresas, la monotonía hace de los lunes domingos, y al despertar, uno se topa con que la vida sólo tiene sentido si se tienen motivos. ¿Qué sabemos de la vida? El mundo gira conmigo o sin mí, la desesperanza hace que nos sintamos muertos estando vivos. ¿Qué será de mí entonces? ¿Qué será de mí ahora? El cuerpo muere cuando le abandona el alma. Abandonamos lo que no comprendemos sin descifrar los misterios de la vida, no quiero morir haciendo preguntas ni buscando respuestas, no quiero morir con dudas ni certezas, no quiero morir. Unos viven muchas vidas al mismo tiempo, otros tratamos de vivir solo una. El desconsuelo nos avanza hacia la muerte queriendo alejarnos de ella, la vida no aconseja ni hace promesas, cierro los ojos e imagino los agitados años de un mundo dividido en ideologías, y al tiempo atestiguó la festiva caída de esa muralla, abro los ojos y el grito es mudo, creo que más allá de la muerte hay vida y esperar la muerte no lo es, lo que es invisible mata más lento, así es la belleza cuando siento la muerte cerca.

Agobio pensar he vivido otras vidas, sin asentar que ésta es mía, que somos viajeros permanentes y que los muertos no sueñan aunque aparezcan en nuestros sueños. No sé si algún día sea demasiado joven o vieja para morir, a los vivos no une el que algún día moriremos y el punto intermedio entre dos personas es dibujar una imagen que para siempre perdure. La única certeza de la vida es que nadie vence a la muerte y vivimos hasta el último aliento, yo creo que nada muere para siempre porque la vida vendrá de donde vino y no quiero irme, es mejor demostrar el cariño en vida, de nada vale el cariño cuando uno muere. Somos como hojas de primavera caídas en otoño, y habrá una edad en la que buscaré un cementerio donde reposar el cuerpo, sería lamentable no tener un lugar para morir. Me siento caer en un abismo donde domina aquel que tiene dos sobre quien tiene uno, cada hora que pasa se pierde, la realidad y la verdad circundan un mismo espacio, la cantidad supera la cualidad en el dominio. Podré llegar al cementerio pero no hasta la tumba, es increíble que donde todo termina haya un comienzo y aunque muramos muchas veces antes de morir por vez primera, no suceden dos muertes en una.

Angustio saber qué ocurrirá después de la muerte y temo que cerrados los ojos no haya más nada, la muerte es como un océano de profundidades que cuestionan el por qué hemos de morir si hay tanto sufrimiento, el para qué del amor si hemos de abandonar lo que amamos. Lo es bien sabido, no todo se puede aunque se quiera, y pensamos más en las carencias que en lo que sabemos tenemos. Es éste un convite a las puertas del paraíso, que a invitados sin fe sus albores aguarda, y que recibe a feligreses, mientras a pasión cubre navíos. Nómadas son nuestras vidas de memoriales perdidos, la vida sin nada inicia y nosotros morimos sin nada, la muerte no es una solución, el abandono de lo querido tampoco, no puede matarse lo que no vive ni se puede volver donde nunca se ha ido. En este edificio el nosocomio deriva su nombre en la visita, el dolor o la ilusión unen su causa, me pregunto por qué si sólo hay un dios existen tantas religiones, por qué no acordamos en lo divino y por qué existe la pobreza habiendo quien es rico, no creo sin evidencias ni acepto por temor los ruegos, alguien se llevó el sol y con él trajo de milagros ausencia, no tengo mucha fe pero empezaré por creer en algo que nos mantenga vivos, en que la felicidad perdure y no sea la sombra de memorias ajenas ni una suma de recuerdos presentes. La incertidumbre quiebra el cuerpo que la necesidad remoza y aunque la vista es cruda como la realidad, es incomparable su calma, la fe en aquello que no vemos, que nos hace creer que éste andar es un pasaje terrenal y que un espíritu nos trascenderá a lo divino. He dejado de ser visita para ser recuerdo, no escojo nacer donde la vida fue plena, ni escojo morir bajo el alba, quedan de noches desvelos, respiros, la sala de espera.

*SALA DE ESPERA de Iván Uriel Atanacio Medellín aparece en  la “Antología del dolor”, publicada por la Academia Literaria de la Ciudad de México en 2018.

Iván Uriel Atanacio Medellín  | elsurconovela | México

Escritor y documentalista. Considerado uno de los principales exponentes de la literatura testimonial en lengua hispana. Sus novelas “El Surco” y “El Ítamo” que abordan la migración universal, han sido estudiadas en diversas universidades alrededor del mundo.  Dirigió “La Voz Humana” y “Día de Descanso”. Columnista en Pijama Surf, es Director Editorial  y Fundador de Filmakersmovie.com

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