Los tres amigos, el trinomio perfecto
Por: Iván Uriel Atanacio Medellín
Nueva Orleans, enero de 1986, el Súper Domo atestigua la mejor defensa de los años ochenta en el fútbol americano profesional, los osos de Chicago, que de la mano de Mike Ditka, ganarían a soltura el Súper Tazón XX. Aquella edición vio encumbrarse a una generación extraordinaria de jugadores icónicos encabezados por el eterno Walter Payton con un triunfo contundente. Aquel Súper Tazón marcó el inicio de una de las más importantes epifanías de las deportivas transmisiones televisivas.
Antonio de Valdés, Enrique Burak y José Segarra, darían corolario, no solamente al comentario a la narrativa, sino a la imagen viva que en su movimiento plasmó cada una de las ediciones del Súper Tazón, que al devenir de la edición LV, habrán sumado 35 ediciones del máximo juego de la NFL. Al compás resuenan épicas narraciones en juegos icónicos como las ediciones XXV y XLII, la senda legendaria de Joe Montana, la gran dinastía de los vaqueros de Dallas, el vuelo de Jerry Rice, la audacia de Barry Sanders, la habilidad de Emmith Smith, el arrojo de John Elway, la perseverancia de Brett Favre, la inteligencia de Peyton Manning, el mito de Tom Brady o el emerger de Patrick Mahomes que configuran entre otras al corolario de figuras del emparrillado.
De su variopinto matiz, atestiguamos el nacimiento de los grandes espectáculos en el Súper Tazón, ya sea Whitney Houston cantando el himno en 1991 o el espectáculo icónico de Michael Jackson en 1993; con los 3 amigos vivimos intensamente cada una de las ediciones del Súper Tazón, a las que sumaron en los años 90, las narraciones de la Serie Mundial que nos trae a colación con motivo del actual clásico de otoño.
Recuerdo a Antonio de Valdés junto a Sonny Alarcón y Jorge “el mago” Septién, narrando aquellos partidos de otro trinomio extraordinario, recordar series mundiales de 1988 con Los Dodgers de Los Ángeles; en 1989, la Serie Mundial del Temblor; la batalla memorable de 1991, en donde maestro y alumno se enfrentaron en el séptimo juego de la Serie Mundial con el triunfo de los Mellizos de Minnesota, sobre los Bravos de Atlanta. El jonrón de los Azulejos de Toronto con Joe Carter y más tarde, después de la huelga de 1994, certificar la llegada de Derek Jeter en 1996 y por supuesto, la nueva dinastía de los Yankees de Nueva York que incluía a Mariano Rivera.
El trinomio que había encumbrado su sinergia en la NFL, daría nuevos bríos a las grandes ligas con el cariz variopinto que ampliaría los confines y horizontes de su voz y narrativa. Los tres amigos transmiten exactamente la fraternidad y la amistad de tres colaboradores, tres compañeros de trabajo que saben intercalar el estilo, el humor, y hacer eco de los silencios y los murmures que acompasan los vibratos de cada avance al primero y diez, de cada gol de campo y cada anotación, con la misma intensidad que describen un robo de base, un poche o un cuadrangular por todo el jardín central; en su colegiado sistema, crean una camaradería que ostenta un lenguaje peculiar, en cuyo secreto reside la autenticidad, el ritmo y la tonalidad de un volumen operístico que ha legado denominaciones, frases y adjetivos en siguientes narrativas que saben perfectamente cómo poder ubicar un jonrón que se va, se va y se ha ido.
La clase de jugada que delimita una acción conjunta o la manera en que describen la poesía vivencial de una transmisión televisiva, los tres amigos llevan de la mano a través de esa complicidad que se establece entre las entradas y los cuartos, que han dado al fútbol americano y al béisbol, un sello en materia deportiva, brindado colofón al otoño y expresiones que caracterizan las temporadas deportivas de cierre e inicio de año. Más de tres décadas de anécdotas, datos, referencias que, a reserva de las incidencias históricas, poseen la historia misma de haberlas compartido; la suerte del azar inadvertido, la argucia de amenizar los momentos tensos del partido o llenar los espacios de pausa en que se toman decisiones o envían a patrocinios; escucharlos a plenitud, permite que su narración sea un espectáculo que integra al juego mismo.
Su narración, hace del evento un lugar de entretenimiento, pero también un lugar de encuentro con la nostalgia, la memoria y los recuerdos que renuevan temporadas; una fraternidad que contagia el comentario oportuno y el comentario que nos imprime la risa en el momento nervioso o que del nervio hace un juego de suspenso a la voz que plasma. Su colaboración es un legado de la transmisión televisiva, una escuela y un ejemplo de colaboración deportiva que ha demarcado de hazañas décadas, y a los años que llevamos del siglo, conforman el imaginario mexicano en relación directa de su voz con estos deportes junto a otras leyendas vivas de la narración del béisbol como Ernesto Jerez o de Fútbol Americano, Álvaro Martín y Eduardo Valera.
En lo personal, recuerdo aquella primera transmisión del juego más importante de la NFL por los Tres Amigos en 1986, que de niño inspiró seguir la liga, y al comentario conocer los gustos y aficiones por los alicaídos Jets de Pepe, los clásicos malosos de Toño, o los populares Vaqueros de Enrique. Y al recuerdo de los eventos que cruzan las expectativas, sumar narraciones de las series mundiales de 1991, 2001 y 2014 por citar algunas; si al adagio recordar es vivir, uno remembra las actuaciones de un Barry Bonds, Roger Clemens, Andy Pettitte, Greg Maddux, Tom Glavine, John Smoltz, Albert Pujols o Mariano Rivera por citar algunos. Pero el corolario de sus voces rebasa los deportes mencionados, los juegos olímpicos de verano e invierno también recurren a su peculiar habilidad solista, en donde cada uno se adentra en disciplinas olímpicas, Florence Griffith Joyner, Katie Ledecky, Caty Freeman, Soraya Jiménez, Ole Einar, Sergey Bubka, Yelena Isinbayeva, Allyson Félix, Marie Jose Perec, Paula Radcliffe, Marita Koch, Jackie Joyner-Kersee, Michael Johnson, Michael Jordan, Alexander Popov, Michael Phelps o Usain Bolt han aparecido en sus narraciones.
Los tres amigos abren la intimidad al tiempo de los saludos que suscriben sucesos familiares como los gustos musicales al comentario, hacen del anecdotario un recurso para vestir las acciones con plena certeza de continuidad en el comentario siguiente, y la interacción con el público que se ha vuelto un emblema por demás característico, una tradición que rebasa los avatares de nuevas tecnologías y tendencias, que se adapta y reinventa, y que innova desde la capacidad de asombro que no convierte en hastío, cotidianidad o letargo, sino que provee la sorpresa que se anida en el deporte y que se lleva a la cabina con las ansias de una expectativa que no avista el paso del tiempo. De Valdés, Burak y Segarra, ocupan un nicho por mérito propio en el salón de la fama de la memoria televisiva, y, sobre todo, de su audiencia, que recorre primeros y dieces con el vuelo franco de un balón que emociones agita, justo al preciso instante suspendido en cada lanzamiento hacia la caja de bateo, y al divisar el diamante ciclo de cada temporada, y al recorrer a través de los años, pasajes, estampas y récords, al vaivén de la memorabilia presente, vale hacer mención del viaje y la oda, y en sus variables felicitar al trinomio perfecto.
Iván Uriel Atanacio Medellín | elsurconovela | México Escritor y documentalista. Considerado uno de los principales exponentes de la literatura testimonial en lengua hispana. Sus novelas El Surco, El Ítamo y El Muro, que abordan la migración universal, han sido estudiadas en diversas universidades a nivel internacional. Dirigió los documentales La Voz Humana y Día de Descanso. Es Director Editorial de Filmakersmovie.com