Cinescopio: Orson Welles
Por: Iván Uriel Atanacio Medellín
El ciudadano Kane, ha sido considerado por críticos, cinéfilos, investigadores y académicos cinematográficos como una de las más grandes películas de la historia, desde 1952 y hasta el año 2012 cuando Vértigo de Alfred Hitchcock tomó la estafeta, la obra maestra de Orson Welles fue considerada por la prestigiosa publicación Sigth and Sound como la más importante cinta de la historia. Estrenada en 1941, causa de revuelo, debate y polémica, la obra maestra del entonces joven director norteamericano, irrumpió blasones propios generando lo mismo asombro que desconcierto en diversos sectores del poder y la prensa. Pero el asombro no sería una consecuencia en sí mismo, sino el fiel reflejo del arte del maestro nacido en Kenosha, Wisconsin durante la primavera de 1915.
Welles cobró notoriedad desde el inicio de su brillante carrera, en el teatro obtuvo reconocimiento, en la radio revolucionó los contenidos virtuales que podrían considerarse reales desde el talento mismo de quien diera vida al micrófono, y con una sonora voz suelocuente descripción en 1937 de “La guerra de los mundos”, logró que la novela de H.G.Wells, impactara de forma descomunal a la población al escuchar su transmisión radial, gente salía despavorida de sus casas o se resguardaba en ella, aterrada por los acontecimientos derivados de una invasión que solo sucedía en la imaginación del genio.
El derroche de talento e histrionismo de Orson Welles, adquiría la admiración y el reconocimiento inmediatos, lo que llevó al también director a dirigir y protagonizar la épica cinta que narra las cuitas de Charles Foster Kane. A partir de ese momento y con sólo 25 años, Orson Welles transitó de la admiración al rechazo, del apoyo de la industria a configurar su propio cine independiente, y de la consideración de un hito norteamericano al exilio. Decenas de películas sin completar, centenares de secuencias y escenas incompletas, proyectos difusos entre sus propias cavilaciones de perfeccionismo, llevaron a Welles por la senda del mito. Su dedicación casi obsesiva por cada proyecto es tan famosa como su extraordinaria innovación, así como el carácter de sus personajes que impregnan situaciones límite, caracterizaron la portentosa obra de un cineasta que fue capaz de brindar un viso único a la fotografía en cada ángulo dirigido, así como a construir desde su propia invención un nuevo lenguaje cinematográfico.
Una sobria personalidad, atuendos perfilados por las gabardinas y los sombreros, el puro ensortijado de ansiedad y la quietud contrastante de sus pasos, son algunos de los distintivos del personaje que en sí mismo era Orson Welles.
Fue en 1985 cuando el maestro murió en Los Ángeles, California, y con él se anidaban en el misterio diversas producciones que aguardaban una conclusión indefinida. Es entonces que la realización de “El otro lado del viento”, se convirtió en todo un suceso, desde su inicio a principios de la década de los años setenta, hasta su conclusión final, o al menos así considerada por los allegados al proyecto, cuatro décadas después. “El otro lado del viento” fue estrenada el pasado otoño, con reacciones en su mayoría positivas, un festín visual que intercala el asombro, la nostalgia, la sensualidad y el atrevimiento del director en su testamento fílmico.
Uno de los mejores directores de la historia, para muchos el mejor, estrenada a más de treinta años de su muerte, su obra póstuma, al menos, la última cinta que filmó y la más reciente en ser concluida y restaurada desde sus negativos. El estreno ha generado en la previa gran expectación, y las escuelas de cine del mundo entero dispusieron atestiguar el auténtico acontecimiento que significa contemplar una película vestida por el anhelo, la ilusión y la magia del cine que presenta esas realidades alternas que no sabemos si son realidad o fantasía.
CINESCOPIO dedica esta entrega a modo de homenaje a Orson Welles con motivo del estreno de “Al otro lado del viento”, y hacemos un recorrido por la fascinación que revisita las apoteósicas secuencias y brillantes actuaciones que definieron el estilo sobrio, visionario y operístico del imponente director. La búsqueda y el encuentro que forman una constante de Welles, en “F de falso” adquieren sentido desde la percepción, el director nos invita a descubrir la verdad desde los hechos, la historia creada y recreada desde el arte y sus creadores, del escapista y su ilusión, el arte que vemos como mentira o verdad, la fabricación del fraude o de la propia realidad.
La declaración del director acusa directamente y con elocuencia, la magia, ilusión y fabricación de la verdad desde la realidad que confiere la apuesta por confiar en lo falso, que el propio cine antecede a la audiencia. Con “Otelo”, por ejemplo, Orson Welles continuó su exploración cinematográfica por la obra de William Shakespeare, la cual había iniciado unos años atrás con la realización de la espectacular cinta «Macbeth». Welles apostó por protagonizar él mismo la película, y recurrir al maquillaje y caracterización para conformar su personaje, incluso ante la falta de recursos, misma que había definido algunos utensilios e implementos como la corona de Macbeth, repetida en anécdotas y vicisitudes en la filmación de “Otelo”.
En el teatro, Welles trató siempre de apuntalar con fuerza cada obra de Shakespeare con precisión y magnificencia, pero una vez detrás de las cámaras, ofreció el aporte único que no podría ofrecer la sala de teatro, la profundidad de los paisajes, el juego de luces de las emociones, el blanco y negro sepulcral y a la vez elegante, y los efectos visuales y de sonido que el movimiento de la imagen imprimiría al clásico. La profecía del poder delegado por el hado, los significados y conceptos líricos, la sobrenatural intervención del destino como consigna, omnipresente en la obra de Shakespeare, la dualidad humana y divina, y en la propia divinidad la maldad y el bien que se bifurcan en la predestinación, convergen el suicidio, la traición y la tragedia.
Obra maestra de la cinematografía de mitad de siglo, y referente fundamental del cine de la posguerra, “El extranjero” es una de las primeras sino la primera película que ofrecía a la audiencia en general, escenas reales a modo de vestigio del holocausto y la búsqueda en cierto flujo de persecución, de aquellos criminales de guerra que habían huido hacia diversos países, en especial al continente americano. Con esta premisa de culpabilidad y castigo, de escape y búsqueda, Welles ofrece una trama pletórica de detalles y símbolos propios de la época, lo que la convierte en una fuente de información contextual para quienes investigan la aproximación del cine hacia las consecuencias de la guerra, de los motivos y acciones que desencadenaron uno de los tópicos más dolorosos del conflicto. “El extranjero” hace referencia a un momento histórico, y con sutileza hace un gesto de pérdida de la inocencia política desde lo individual, con la prometida que debe asumir su futuro esposo es un criminal del guerra, y la del pueblo, que ha depositado la confianza en el maestro, en ambos casos, la referencia de la geopolítica emerge con asombro, y para esa acción, un mismo plano secuencial, la muestra gráfica de folios del holocausto que, desde el rostro de Edward G. Robinson, ilustra lo mismo que aterra, sin duda, una película fundacional.
El reflejo multidimensional de un espejo, la infinita probabilidad de la imagen, la imponente presencia de Rita Hayworth, la intriga, el crimen, las prebendas a beneficio y la seducción, integral el insumo ficcioso de esta extraordinaria cinta de cine policial, que se convirtió en un hito de la cinematografía universal. La influencia de “La dama de Shanghai” es incuestionable, directores y directoras de distintos géneros han tratado de emular el logro cinematográfico del director nacido en Wisconsin. El personaje de mujer hábil, decidida e incluso fatal que retrata Hayworth, rompió muchos esquemas en su tiempo, y permitió a la actriz desplegar su capacidad histriónica generando diversos debates e incluso el rechazo de algunos círculos cinéfilos.
Adaptación de la novela ganadora del premio Pulitzer, autoría de Booth Tarkington, y ambientada a principios del siglo XX, “Soberbia” fue la segunda película dirigida por Orson Welles, y representaba el reto directo por emular el logro cinematográfico que había implicado su primera cinta. De igual forma, la película se convirtió en la primera adaptación literaria del director, lo cual sería recurrente en la gran mayoría de sus obras, las cuales basarían su óptica visual como intervención imaginaria sobre un texto primigenio. Finalmente, para concluir la serie de primeros sucesos en la carrera del director al filmar “Soberbia”, ésta significó su primera experiencia como director sin protagonizar la película, remitiéndose por entero a su labor como director, y por otra parte, acusó ser la primera cinta en cuya mayor parte del montaje final, contó con la intervención a ultranza de los productores, dejando el sensible gesto de insatisfacción que sería a posteridad un calificativo para el estado emocional del director.
“Campanadas de medianoche” ha sido reconocida por la crítica como una de las mejores adaptaciones cinematográficas de la obra de William Shakespeare, en especial, por la concatenación de diversas obras en una; en torno del personaje Falstaff, Welles incluyó en la realización, pasajes de Enrique IV, Enrique V y Ricardo II entre otras, y lo hizo configurando la traición a la amistad como una tragedia de la inocencia, la ambición y las confabulaciones. Destacando la actuación de John Gielgud como Enrique IV y de Orson Welles como Falstaff, en la probable mejor actuación de su carrera, Welles consagró la cinta en el Festival de Cannes, y convirtió la adaptación en su película más personal, la más apreciada desde su propia consideración. El humor involuntario y trágico de la evasión a discreción de la otredad, lacera por completo la interioridad de Falstaff y le hace habitar la soledad en plena batalla.
Sembrar el mal y cosechar el bien resultaría una suma de factores cuyo resultado pareciera imposible o de origen perverso, irreversible, incomprensible a la luz de la ética y del bien como propósito, el mal de la corrupción anidado, dirigido y aplicado por un sistema, “Sed del mal” es una extraordinaria película que sitúa los sucesos en las horas del día y de la noche, oscura y progresiva, denunciante y encubridora de los males sociales. Situada en la frontera entre México y Estados Unidos, “Sed del mal” presenta una policía sumida en la corrupción en ambos lados de la aduana, en una coludida relación de intercambio de favores y generación de negocios que ante el poder de las influencias, procuran guardar en la intimidad de los separos. La secuencia inicial es perfecta, directa y sin cortes, la cámara inicia casi a ras de suelo y culmina en una toma panorámica mientras al fondo, al frente y al medio de los planos, gracias al efecto de profundidad de una toma que capta los movimientos y acontecimientos que se suceden uno al otro narrando la trama sin narrador y sin audio, permiten disfrutar la ambientación, y sumergen al espectador en el entorno que vivirán los personajes como un espacio definido por las circunstancias.
Obra maestra por excelencia en la cinematografía de Orson Welles, “El ciudadano Kane” es la película más alabada, reconocida, comentada y analizada de su canon, y sin duda, una de las más celebradas películas de la historia. Considerada como mencionamos al inicio por la revista Sigth and Sound por más de cinco décadas como la mejor película jamás filmada y de igual forma reconocida como la mejor película estadounidense acorde al AFI, American Film Institute, “El ciudadano Kane” es la historia de un hombre que pasó de la nada, al surgimiento, del surgimiento al auge, y del auge a la caída para culminar cual ciclo en la nada, y todo, amparado en el misterio y la suposición arrojadas a la avaricia, la ambición y el poder.
Una palabra bastó para encumbrar el enigma de la película “Rosebud”, y una acción para determinar la atemporal carga emocional del personaje Charles Foster Kane, que será narrada de forma no lineal bajo los acuses de su pasado y presente, desde la gravedad que transita el caer de una bola de nieve al soltarse de las manos del protagonista. Un susurro, un murmullo de la vacuidad del alma al desprenderse de la vida, asienta la consigna de la palabra, y presenta a la audiencia el ineludible recorrido por la vida del personaje. Inspirada en las cuitas del joven Werther, descritas por el genio John Wolfgang Von Goethe y en especial de su “Fausto”, “El ciudadano Kane” sufrió en su estreno la acometida del imperio de los medios representado por William R. Hearts, quien sintió aludirse ante la historia de vida de un magnate que comenzó en la pobreza y cayó en la levadad del poder una vez alcanzado el magisterio de su imperio.
Megalómano, obsesivo y ambicioso, Kane logra financieramente amasar una fortuna y posicionar un medio, pero carece de aquello que le da sentido, de lo más elemental, y sin revelarlo, deja una palabra al aire que parece remitir a un trineo, ese que el niño jugaba cuando en realidad fue feliz. Kane representa el amor que se obtiene y se pierde, el valor de lo obtenido, los sueños rotos, la frustración de vivir la insatisfacción continua, la salvedad de los años felices, la avaricia, la ambición, y el desapego que se olvida para luego volver bajo el cristal de un recuerdo, aquello que fue y quedó conformado por las letras que en una palabra, significan la búsqueda y el encuentro.
Iván Uriel Atanacio Medellín | elsurconovela | México
Escritor y documentalista. Considerado uno de los principales exponentes de la literatura testimonial en lengua hispana. Sus novelas “El Surco” y “El Ítamo” que abordan la migración universal, han sido estudiadas en diversas universidades alrededor del mundo. Dirigió “La Voz Humana” y “Día de Descanso”. Columnista en Pijama Surf, es Director Editorial y Fundador de Filmakersmovie.com