El trabajo de mis sueños

Por: Diana Miriam Alcántara Meléndez

 

Las personas son sus experiencias, son la gente que conocen, las historias que escuchan, los tropiezos que viven, las vidas que coinciden en algún punto con las suyas y las lecciones que aprenden de las circunstancias en que se sumergen. Para un escritor, toda experiencia de vida, no siempre sólo la propia, es de vital importancia, pues a partir de todo esto conoce, crea, imagina, construye e idea. Para Joanna Rakoff ello no puede ser más cierto, ya que plasma su lapso trabajando en una agencia literaria de Nueva York como base para su novela ‘My Salinger Year’, que a su vez sirve de plataforma para la película El trabajo de mis sueños (Canadá-Irlanda, 2020), dirigida y adaptada a guión por Philippe Falardeau.

 

Estelarizada por Margaret Qualley, Sigourney Weaver, Douglas Booth, Colm Feore y Brían F. O’Byrne, la cinta habla sobre trazar metas, perseguir sueños, aterrizar ideales, aprender, evolucionar, adaptarse y cambiar para ser mejor, sin perder de vista quién se es y qué se quiere. Aquí, Joanna es una joven que debe alejarse temporalmente de sus sueños para así ganar perspectiva con la cual aprender a aferrarse a ellos, para, con la distancia, entender qué gana, qué pierde y qué tan lejos quiere y puede llegar.

 

La historia comienza luego de que Joanna, de visita en Nueva York desde Los Ángeles, donde estudia, encuentra en la ciudad el ambiente artístico y creativo en que quiere desenvolverse, como aspirante a escritora y poeta, por lo que decide quedarse, dejando atrás toda su vida anterior, incluyendo las personas en ella, como su novio, para comenzar su propia aventura. Es así que toma como iniciativa conseguir un empleo en un área afín y se convierte en asistente de Margaret, la encargada de la agencia literaria que representa, entre otros, al escritor      J. D. Salinger (1919-2010), autor de la aclamada novela The Catcher in the Rye (El Guardián entre el Centeno; una historia sobre un adolescente rebelde e inadaptado, crítico de su entorno, la superficialidad y la falsedad del ser, en su propio proceso de autodescubrimiento pero marcado por la desdicha que permea en la sociedad,  la presión por crecer y la crisis existencial propia de su edad); escritor que en la fecha en que se desarrolla la narrativa cinematográfica -1995- pasa sus días recluido, alejado del ojo público. Por ello, toda correspondencia enviada por sus fans y seguidores, pero también publicistas, productores de cine, editores de revistas o dueños de editoriales, es retenida, evitando que las cartas lleguen a Salinger.

 

 

Joanna ahora es la encargada de leer y contestar la correspondencia, con una respuesta siempre idéntica, impersonal y parca, que dice al remitente que la carta que envió no puede ser entregada. Para Joanna, la idea resulta catastrófica, ignorar a esa persona que se ha tomado el tiempo e interés por contactarse con el autor, por razones que van desde buscar un consejo de vida, referirle cómo  relatos cambiaron su forma de ver y vivir el mundo o simplemente invitarlo a participar, incentivando a estudiantes, en programas de escritura escolar.

 

El mensaje importante que recalca la película es que cada persona ve las circunstancias desde su propia perspectiva, de acuerdo con su historia de vida. Para Margaret, la editora, no enviar las cartas a Salinger es una forma de protegerlo, de respetar su deseo de aislamiento, pero para Joanna, lo que se hace es negar al escritor el contacto con la gente que lo estima, admira y busca por el impacto que sus textos han tenido en sus vidas.

 

La joven decide entonces romper las reglas, colocándose en la delgada línea entre mostrar iniciativa o violar las normas desafiando a la autoridad y responder ella misma el correo postal, firmando con su nombre. Ética y legalmente, sus acciones pueden meterla en problemas, así que en la agencia deciden pasar por alto su falta, advirtiéndole no repetirla. No obstante, para ella es la experiencia en la interacción -aunque sea distante- y la comunicación -escribir respuestas personalizadas-, lo que la hace recordar la razón que la motiva: la palabra escrita, el contacto, no directo pero sí simbólico, entre personas a través de este medio; así como la expresión y posibilidad de crecimiento y aprendizaje, escribiendo.

 

 

Es en ese momento que entiende que se adentra a una profesión donde lo importante, como dicen, es ‘el amor al arte’, escribir porque no hay nada más en la vida que se quiera hacer. “Escribir te hace escritor. Publicar es sólo comercio”, afirma Don, el nuevo novio de Joanna, un también aspirante a escritor trabajando en su primera novela y para quien el sueño es la fama y la ganancia más que cualquier otra cosa, por lo que mide la realidad de su situación en función a sus aspiraciones y logros: nulos en el terreno literario, que auto-justifican su fracaso como autor. ‘Si escribo, soy escritor’, razona él; claro que su lógica es simplista, pues la acción de escribir no es lo que hace en verdad a un escritor. Estilo y técnica para comunicar ideas, manejo adecuado y pertinente del lenguaje, eso sí; igual sensibilidad y capacidad de seducción y encanto, pero además, intención.

 

Lo que Don ignora es que el escritor crea para que sus historias cobren vida y se vuelvan inmortales una vez plasmadas en la página, dado que de otra manera, el relato ‘muere’. En el fondo sus palabras tienen cierto sentido, publicar un texto en la era contemporánea va ligado a una máquina de venta y mercadotecnia que poco tienen que ver con el autor, pero no considera que la esencia del creador no puede ser arrancada de él.

 

La compleja relación ‘arte creativo’ frente a ‘ganancia monetaria’ se hace varias veces más presente en la película, reflexionando en el proceso sobre cómo balancear esta realidad a la que se enfrenta todo autor, cuando es valorado por su habilidad de escritura, pero, al mismo tiempo, -en ocasiones más que menos- por el potencial de venta de su trabajo. Por ejemplo, Joanna eventualmente recibe indicación de leer el nuevo trabajo de una popular y conocida autora de libros para niños, que ella encuentra fascinante por su contenido y propuesta, un libro de corte infantil, cuyas reflexiones van más bien dirigidas a los adultos. Joanna elogia este contraste e idea narrativa, pero Margaret no hace más que mirar el potencial comercial del libro, decidiendo, al final, descartarlo por no encontrarlo ‘vendible’.

 

 

Con el tiempo, Margaret le pregunta su opinión a Joanna sobre la decisión de la autora de dejar la agencia, a lo que la joven reflexiona sobre el trato humano que el autor espera de sus agentes. Joanna analiza que aunque el libro no tuviera espacio de viabilidad que justifique la inversión en comparación con la potencial ganancia, Margaret pudo tener más tacto para tratar a la autora como creativa, no como producto, por ejemplo, centrándose en sus puntos a favor, su proceso de escritura, no sólo en el valor monetario que el mercado coloca en su trabajo.

 

La idea es simple pero clara: el arte convertido en presa del sistema capital, al convertirlo en un ícono (exclusividad, renombre y marca) por el mero interés lucrativo, no literario, ni artístico o cultural. En el fondo la función de Margaret como agente literaria es, en efecto, encontrar el mejor espacio para un autor para presentar, vender y hacer llegar al público su trabajo; frente a ello lo que Joanna recalca es no perder la sensibilidad humana en el proceso. Ella misma lo ha entendido en su continuo, aunque mínimo y distante, contacto con el propio Salinger, quien llama periódicamente por teléfono a la oficina. Recluido y distante, extraño y extravagante, el autor es más que este sello con que lo etiquetan; Saligner es también inspirador, gracioso, directo pero emotivo; y aunque no la conoce, la invita a escribir todos los días, si esa es su verdadera pasión.

 

Para Joanna como para el mundo, Salinger es ese personaje místico e idolatrado, pero que al final no es más que un humano como cualquier otro, con su visión revolucionaria, sus ideas analíticas y sus rarezas como individuo, sólo que plasmadas en papel.  Lo que la historia enfatiza, tomando a este autor realmente como modelo para ejemplificar, es que así como él, todos los autores, todas las figuras públicas, todos los individuos en general, son personas que piensan, sienten, dudan, crecen, se estancan, proponen, tropiezan y, sobre todo, ‘viven’ del contacto con otros, pues incluso cuando el escritor trabaja para sí, para el arte y para sus ideas, su historia ya no es sólo suya, una vez que es compartida.

 

Así es la vida de quien escribe: constante creación e ideas flotando, prioridades chocando con responsabilidades, sueños convertidos en ideas y la convicción de que en la literatura, la pasión por lo que se hace es lo más importante.

 

 

Joanna también entiende que las cartas enviadas a Salinger no son ‘medida’ de éxito, devoción, fracaso u obsesión, sino, en ello mismo, las voces que demuestran el alcance de una voz, la del autor, lograda por su trabajo. Puede haber tanta pasión en el que escribe, como en el que lee el texto ya escrito, porque es el lector quien al absorberlo lo revive y le da una inmortalidad.

 

La historia se centra en el sueño literario de Joanna, persiguiendo su propia visión del futuro, el suyo, como amante de las letras, sensible a la naturaleza del hombre, transitando entre las circunstancias y sus aspiraciones, que persiste pese a la melancolía de su entorno, las dificultades de las vicisitudes de la vida independiente y la clave de su decisión: descubrir cuál es el valor, el sentido y la importancia que le da a la literatura, en general y en su vida, a partir de las experiencias (de vida) de aquellos a su alrededor, que juzgan conforme a sus propias visiones del mundo; ya sea Margaret, la agente literaria que se mueve en función del mercado; Don, un vago que se justifica auto-engañándose, sin rumbo fijo, deambulando por la vida sin saber qué hacer con la suya propia; Salinger mismo, un autor reconocido, atrapado en una isla impuesta y autoimpuesta; o hasta Jenny, la mejor amiga de Joanna, aspirante a autora en su momento, igual que ella, pero que por las circunstancias y decisiones de vida ha cambiado sus metas, anhelos y presente, acomodando nuevos ideales de realización y felicidad de acuerdo a su realidad y momentos vitales.

 

Es este transcurrir, que habla de un proceso de madurez, profesional y personal, con el que Joanna logra no sólo ganarse el respeto de su jefa, sino un respeto por sí misma, una construcción de identidad y dignidad, que pese a estar envuelto en una estructura narrativa genérica, de tono ligero y caracterizado por el mismo espíritu entusiasta de su protagonista, anima al espectador a recordar un mensaje no siempre valorado: que el gusto por escribir radica en que se tiene algo que decir.

 

 

El trabajo de mis sueños

Dir. Philippe Falardeau

Canadá, Irlanda, 2020

 

 

 

Foto: Diana Alcántara

Diana Miriam Alcántara Meléndez | México

Escritora, periodista y amante del cine, además de estudiosa de la comunicación, el guionismo  y el cine en general. Leer, escribir y ver películas son algunas de sus grandes pasiones. Tiene publicados dos libros: ‘De Cine’ y ‘Reflexiones sobre guionismo.

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