Invasión: mapa de una ciudad invisible

Por: Andrés Palma Buratta

Invasión de Hugo Santiago, es considerada, por algunos críticos y expertos en cine, y a pesar de haber sido un fracaso comercial el año en que se estrenó y estar desaparecida por más de 20 años, como la mejor película latinoamericana de la historia, o por lo menos de Argentina. Invasión es una obra inclasificable ya que diversa y compleja, es de esas obras que se nutre de los mismos conflictos en los cuales se origina para dibujar su propia fisionomía y perdurar como pieza cultural relatora de la existencia y conflictos humanos, no como un todo, sino como un abstracto.  Invasión fue filmada durante la dictadura argentina de Onganía en 1968, pero se ambienta en 1957, durante la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu. En 1976, otra dictadura militar encabezada por Videla, hizo desaparecer los negativos hasta principio del 2000, lo que ha convertido a Invasión en una obra de culto, en un objeto de deseo, que, por suerte, ahora podemos ver en Youtube. Lo primero que engancha, es que Invasión fue escrita por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, dos referentes de la literatura mundial sin mayor necesidad de presentación, y así fue como se vendió cuando se estrenó en Buenos Aires en el año 1969, como «la película de Borges y Bioy Casares». A días de su estreno, esta película maldita, implementó una campaña similar a la que años antes utilizara Orson Welles en su programa radial “La Guerra de los mundos”, haciendo creer a la población argentina que, efectivamente, existía la amenaza real de una invasión. Nadie lo creyó o poco importó, o más bien, el pueblo argentino ya estaba acostumbrado a las invasiones. Resulta paradójico que los mismos dictadores con los que Borges se sentaba a almorzar, hicieran desaparecer esta obra por considerarla subversiva y que podía influenciar la resistencia al opresor militar, pero ahí está la genialidad laberíntica del escritor argentino.

Invasión es el relato de una resistencia, de la defensa, por parte de un grupo indefinido, abstracto, no ideológico, amoral, pero elegantemente vestido, de la ciudad, “ficticia”, de Aquilea, ante la invasión de parte de otro grupo armado, indefinido, abstracto, más amoral, más ideológico, o por lo menos más armado, también elegantemente vestido, que lo mismo pueden ser gauchos, marines, espías o hit mans al estilo del film noir, en un aparente golpe de estado o apropiación territorial. La verdad es que el conflicto poco importa (aunque visiblemente político, militar, social, permeado sin duda por las constantes tomas de poder dictatoriales y revoluciones que se sucedían en Latinoamérica), su resolución, tampoco. Lo que importa o por lo menos atrae al momento de analizarla, es la construcción de los laberintos, tan presentes en la obra de Borges, donde se lleva a cabo esta lucha. Italo Calvino en el año 1972, publicaba su libro «Las ciudades invisibles», y Aquilea, bien podría ser una de ellas. “Las señales revelan el corazón de la materia, conocer la superficie de las cosas, para adentrarse en lo subterráneo del espíritu. Pero la superficie es inagotable”. En la superficie es, a todas luces, una película de acción, adrenalínica, imparable, donde los personajes palpitan, se mueven, transitan, dialogan, bailan, escuchan tangos y milongas interpretadas por los más reconocidos exponentes del género de la época, comen, luchan, se cuestionan, se adoctrinan, se disparan y todo vuelve a comenzar.

Hugo Santiago, su director e idea original, supo rescatar, del imaginario popular, varias obras que le precedieron para construir este anteproyecto urbano de enfrentamiento sociopolítico. Y sin certezas, más bien con suposiciones, podríamos nombrar el cuento »El matadero» escrito por el argentino Esteban Echeverría en 1871, donde la guerra, en este caso, intestina, se daba entre los estómagos y las conciencias producto de la hambruna provocada por una inundación que arrasó con toda una Buenos Aires de mediados del siglo XIX, dejando un clima de incipiente violencia en la población que habitaba en los alrededores del matadero. El gobierno, atemorizado por las flatulencias intestinales de los habitantes, atribuyendo esos tumultos a un origen revolucionario (los unitarios), sacó a sus esbirros a la calle de una ciudad dividida por puntos cardinales, al igual que Aquilea, para enlutar esta visceral sublevación. En definitiva, todo se resuelve en un destripamiento caníbal en el matadero, no solo de un toro embravecido, sino que también de un “unitario”, un revolucionario, un vecino que iba pasando por ahí, presa del desquiciamiento bestial de la población arengada por un régimen dictatorial enmascarado bajo las vestes de los degolladores del matadero de aquel lejano 1871. Bueno, Invasión, recoge la estafeta y desentraña esas diversas envolturas sociales, políticas y económicas que rodean la gran capital, las grandes capitales, las ciudades invisibles. Pero más patentemente y ampliamente analizado, Hugo Santiago fue influenciado por otra obra de culto como referencia más próxima a su argumento, la novela gráfica “El Eternauta” de 1957, año en que se sitúa la trama de la invasión por cierto, y creada por Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López. Aunque si en “El Eternauta” la invasión fue de parte de extraterrestres a la tierra, más precisamente a Buenos Aires, y convierte el relato en una sobrevivencia post apocalíptica con tintes políticos, sociales y humanos, como toda obra distópica; Invasión, sin necesariamente alejarse del genero de la ciencia ficción o sin necesitarlo perenemente, coquetea más con el imaginario de lo fantástico, lo extraño, lo metafísico, a veces, incluso, con el surrealista realismo mágico muy de moda en esos años en la región.

Santiago, que venía de ser asistente de dirección del maestro Robert Bresson, (otra gran influencia en la forma de abordar esta obra con elementos muy palpables de esa naciente Nauvelle Vague y Cine Polar Francés) busca, al igual que Godard con la ciudad de Paris en “Alphaville, une étrange aventure de Lemmy Caution” (donde el film-noir de amor se mezcla con la distopía retro futurista, condimentado por citas ¿coincidencia? de Jorge Luís Borges, con un finísimo humor, y adelantando, de alguna manera, su critica a los acontecimientos del mayo del 68), transfigurar Buenos Aires en Aquilea, un alter ego que no deja nunca de ser la capital argentina (se ve la Bombonera, sus calles, almacenes de barrio, cantinas de tango y milonga, arquitectura reconocible, carteles que indican Buenos Aires, etc.) aunque finalmente poco importa si lo es o no, finalmente puede ser cualquier capital sudamericana de principio de los 70 envuelta y revuelta en sus revueltas y escenario perfecto para que estos tres autores dieran rienda suelta a su imaginación de lo real. Lo que sí se establece es que Aquilea está asediada por una guerra entre dos bandos, el invasor y el defensor. Aquí hay una primera aproximación al mito griego de «La Ilíada»; una ciudad sitiada (Troya), la cólera de Aquiles (los griegos pierden las batallas, una y otra vez, al igual que la “resistencia” de Aquilea), el tema del Nostos, el regreso a casa, en este caso de los invasores y finalmente, el enemigo oculto a punto de salir, escondido como el ejercito Aqueo, en el caballo de Troya.  Aquilea deja de ser nombre propio para engrosar la lista de ciudades sitiadas, ya sea la Aquilea romana que fue destruida por Atila en 452, después de tres meses de sitio, o el caso del asedio de Montevideo durante la Guerra Grande entre 1839 y 1851. Hugo Santiago, suponemos que, con todo este bagaje, le pide a Borges, del cual había sido alumno, que escriba el guion en conjunto con Bioy Casares. Finalmente, con ese peculiar imaginario del universo Borgiano, la película resulta más ser un ejercicio filosófico, vanguardista, muy a la moda de la Nauvelle Vague, experimental, fantástico, con esa persecución de la existencia humana que caracteriza la obra de Borges, que en una película de invasión. La invasión es solo la superficie explorable, de la que habla Calvino en su libro, para navegar en las aguas de esta sociedad corroída desde el interior, donde flotan a la deriva la carencia de libertad, la sombra de las dictaduras, la gran crítica social y política sobre el barco de la ciencia ficción, lo fantástico, que siempre ha sido un gran vehículo de expresión del descontento social. Lo interesante, sin embargo, son las otras capas por donde se teje un ejercicio estético formal en que la moral se difumina y los bandos carecen de razones y explicación de toda acción. La invasión será eterna (al igual que el asedio a Troya), y Aquilea se subyugará a la teoría del “eterno retorno”, filosofía estoica que postula la repetición del mundo, donde los mismos actos ocurren una y otra vez de forma igual. Así, el final de la película siempre será el comienzo, y la invasión se repetirá en un loop infinito. La invasión siempre termina donde empezó.  El mismo Borges describió esa idea en la sinopsis de la película: «Invasión es la leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes. Lucharán hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita». Al igual que un juego de ajedrez, donde las piezas avanzan y retroceden, trazando caminos rectos u oblicuos, los invasores, de blanco y la resistencia, de negro, están dispuestos sobre el tablero formado por calles de una ciudad fantasmal, esperando los comandos de poderes fácticos. La invasión está conformada por varias batallas y por ende va perdiendo el heroísmo y su triunfo, si es que hay triunfo, no significa nada, y la derrota, si es que hay derrota, no humilla. Al igual que el ajedrez, bajo el pie del rey destituido queda siempre un cuadro blanco o negro, queda siempre el plano, la ciudad, el mapa. Las guerras, sabemos, se tornan inútiles y perennes.  Walter Whitman en su poemario “Canto a mí mismo” escribe: “Yo también, sombra altiva, he cantado a la guerra, a una guerra más prolongada y grande que ninguna, sostenida en mi libro con desigual fortuna, con huidas, avances, retrocesos, con victorias diferidas e inciertas; es el mundo mi campo de batalla…”.

Las interpretaciones más políticas y sociales, superficiales, pueden ser varias e inagotables, sobre todo por los explícitos métodos de tortura de parte de los invasores, los elementos opresores, los elementos de sujeción, remiten y refiguran las dictaduras latinoamericanas. Los signos, la ciudad y los signos, están ahí, el uso de los estadios (las escenas en la Bombonera) como centros de tortura en varias dictaduras latinoamericanas, (En «El Eternauta» el ejercito ocupa el estadio de River Plate como centro de operación contra los invasores) se pueden identificar como una premonición o pre configuración de una clarividencia aterradora de la metodología despótica que estos países vivieran a lo largo de todo el siglo XX. Pero, ya conocida la superficie de las cosas, hay que adentrarse en lo subterráneo del espíritu, y ahí surge esa dualidad que los griegos nominaron con el concepto de Kleos (gloria) ganado en batalla, versus el Nostos (regreso) donde creo que fluctúa esta obra. Aquí no hay vencedores ni vencidos, y no sabemos si el regreso a casa o la gloria de la victoria se sobrepone el uno con el otro, o terminan careciendo de importancia, porqué últimamente Aquilea es solo un mapa, es solo una ciudad invisible, no sabemos que esconde, es un símbolo, es lo impropio; ¿Acaso no todas las invasiones son una lucha iconoclasta?. En una de las líneas más memorables de la película, Julián Herrera brazo armado de la resistencia dirigida por Don Porfirio, le pregunta a este último, “¿A qué morir por gente que no quiere defenderse?”, Don Porfirio mirando el gran mapa de Aquilea que recubre su oficina le responde: “La ciudad es más que sus habitantes”. Porque en última instancia lo único que puebla ese mapa es un conflicto fatuo por un símbolo fantasmal.

Esta idea de “mapa” me lleva a un documental titulado Toponimia del año 2015 dirigido por Jonathan Perel, que narra la compra o más bien, la expropiación territorial, planeación urbana y construcción de cuatro aldeas (de las muchas que hubo) en la provincia de Tucumán, donde, a principios de la década de 1970, se produjo una rebelión armada de campesinos que habitaban en las montañas. El ejército argentino, a modo de Kleos, nombra las aldeas con rangos y nombres militares. Así nacen los poblados de Teniente Berdina o Soldado Maldonado (acaso también pertenecientes al ideal de las ciudades invisibles). Entonces, al igual que Perel, Hugo Santiago fue un “cineasta como cartógrafo de políticas de la memoria” como escribe Irene Depetris Chauvin sobre el documental Toponimia y agrega una cita de Deleuze y Guattari, de «Mil mesetas»: “El mapa es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Puede ser roto, alterado, adaptarse a distintos montajes, iniciado por un individuo, un grupo, una formación social. Puede dibujarse en una pared, concebirse como una obra de arte, construirse como una acción política o como una meditación”.

Y haciendo un paralelo entre lo que escribe Italo Calvino en sus ciudades invisibles e Irene Depetris Chauvin en «Geografías de autor sobre la obra de Perel», Invasión, la película en sí, su construcción narrativa, su diseño imaginativo, su alma discursiva, su revestimiento mítico,  es un mapa, es una de las tantas ciudades invisibles que Marco Polo relata al Gran Kan o Jan en el libro de Calvino, es un relato cartográfico dentro de la filmografía mundial, que a diferencia de la infinidad de películas bélicas, de guerra fría o de aventura donde la utilización cartográfica corresponde a un mecanismo más bien descriptivo, aquí se utiliza para transformar un espacio real en otro ficticio. Hay un estudio bastante interesante que también discurre sobre este epitome, “La cartografía en el cine: mapas y planos en las producciones cinematográficas occidentales” de Agustín Gámir Orueta.

Aquilea, la capital de Invasión, puede ser una ciudad y la memoria, donde el pasado establece idilios entre los preceptos geográficos y la falta de libertad en las calles, donde la invasión construye el espacio, construye la ciudad, construye la memoria histórica. Antes de la invasión, Aquilea no existe. Puede ser una ciudad y los signos, en la cual las prácticas populares, la música, el baile, el canto, el tango, la milonga, y la imaginación de los individuos, reposiciona los lugares típicos de la idiosincrasia argentina, restituyéndole ese carácter de revolución oprimidos por la ignorancia del poder. La cultura no se expresaba antes de la Invasión. También es una ciudad y los trueques, en la que se intercambian, no solo planes, planos, calles o sitios de interés para la invasión, sino que estados de ánimo, soledad e historias de amor y desamor propio de las sociedades revolucionarias de la época, en las cuales se priorizaba o prioriza el deber sobre el sentimiento.  El carácter practico por sobre el emocional.  En Aquilea no había revolución antes de la invasión. La ciudad y los deseos. En la obra de Calvino existe la ciudad de Zobeida con calles de giros espirales, que se convierte en una trampa para aquel que la visita. El deseo del Gran Kan es el de recorrer su imperio, dibujado en un atlas, de la mano de las descripciones de Marco Polo y quizás perderse en ese imperio en decadencia, para no ver su propia destrucción. En Invasión, apropiarse del símbolo, del mapa, de esa ciudad que no existe, preservar lo invisible para que sobrevengan próximas invasiones es el deseo tanto de invasores como el de la resistencia.  Las más bellas son las ciudades sutiles, y Aquilea es una ciudad donde las percepciones sociales y humanas entran en contradicción, perdidas “en las cartográficas de la dimensión espacial, revelando las fracturas de los procesos históricos en curso, siempre cambiantes, inestables, e incompletos” no lo podría describir mejor Irene Depetris Chauvin, aunque esté hablando de la obra de Perel.  “El mapa se ha convertido en una autoridad sobre el lugar” agrega. Sobre ese mapa, podemos trazar los reflejos de las calles, lugares que son y no son al mismo tiempo, ciudades dobles, ciudades sin forma hasta la ocupación, ciudades en defensa, ciudades atacadas, estadios de fútbol que son centro de torturas, cantinas de tango que son lugares de resistencia, el repiqueteo del tecleado en maquinas de escribir dentro de oficinas burocráticas entrecortados por sonidos que irrumpen en la noche como tacones sobre el adoquín sin destinos. El constante movimiento, ese escape del otro para alcanzar el uno. Imposible no reconocer al Alain Delon de “Le samouraï”, estrenada un año antes, en el personaje principal de Invasión, el estoicismo, la dureza y poca expresividad convertida en valentía y nulo miedo a la muerte, para un fin inútil, abstracto, efímero. Aquilea nos sigue figurando en cada toma las ciudades invisibles. Aquilea no existe si no es en el mapa. En fin.

El mismo año, quizás uno antes, Ingmar Bergman escribía y dirigía «Skammen» (Vergüenza), donde una pareja de violinistas en una remota isla nórdica (otra ciudad invisible), queda atrapada entre una guerra civil de bandos inciertos. No sabemos los porqués, y al igual que Invasión, poco importan. Solo importa describir la deshumanización de sistemas políticos dictatoriales, de guerras absurdas y ficticias, destructores de las libertades y las doctrinas gobernantes para sustituirlas por las puramente políticas del crepúsculo moral del humanismo idealista. Es por ello que Invasión se convierte en un hibrido entre la mitología griega, la obra de Calvino, los mapas, el tango, las aldeas de Tucumán, la obra de Perel, la novela gráfica de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López y tanto otros autores, la apropiación y desafío al realismo mágico, el acercamiento al retro futurismo de Alphaville, el relato político de Costa-Gavras en «Z» pero sin la carga ideológica o más bien la pérdida de esos valores producidos por la misma invasión, el cine negro de Jean-Pierre Melville, o la abstracción de los códigos y  formalismos  del cine negro americano (donde todo se revuelve en giros cada vez más complejos de su trama para llegar a la resolución concreta), el cine de acción de Henri-Georges Clouzot con ese hálito de romanticismo revolucionario, y sin duda ese manto de guerra fría que recubre a todo el mundo reinterpretado en clave de comedia en  «The Russians Are Coming the Russians Are Coming» de 1966 dirigida por Norman Jewison donde la paranoia, ese papel de política ficción, se traslapa con las varias capas laberínticas, enmarañadas, complejas y metódicamente caóticas que emanan del universo Borgiano.

La invasión está plagada de laberintos (el mapa de Aquilea es un laberinto), de puntos cardinales en una brújula rota (Aquilea dividida por zonas: Norte, Sur, Este y Oeste), de frases directas, evasivas, mitológicas y teorías circulares del tiempo, del amor que desaparece en la lucha, de genero fantástico e ilusorio. Irene, aparente pareja de Julián Herrera, encarna la facción más joven del movimiento y por ende más revolucionaria e incluso disidente y distante de lo patriarcal de Don Porfirio y Herrera. Actúa por su cuenta a lo largo de la trama sin muchos frutos, pero ultimadamente se convertirá en la nueva líder de la resistencia, cuando le toca al “sur” entrar en acción y darle un carácter más temerario e impulsivo a la resistencia tomando los conceptos militares e ideológicos de una guerrilla urbana. El espíritu heroico es más trascendente que las relaciones amorosas. “Ahora nos toca a nosotros, pero tendrá que ser de otra manera”.

Invasión (1969) Hugo Santiago (Película completa)

 

Andrés Palma Buratta

Andrés Palma Buratta |  IMDb @andrespalmab

Director y guionista italo-chileno, nos transporta al mundo distópico de una sociedad subterránea en su película Cassette, presentada en el Festival de Cine B, Cineteca Nacional de Chile y el Museo de la Ciudad de México. Ha participado en la producción de la película chilena “Una parte de mi vida” elogiada por la crítica. Su sensibilidad y lucha por defender los derechos humanos lo llevan a realizar el documental “Tú Ciudad…tus derechos”, para la CDHDF. Autor de historias sencillas y profundas. Desarrolló  la serie #HoySoyNadie, para Televisa Networks, fue director de Camaleón Films, dirige Filmakers Media Content.

 

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