Anatomía de un asesinato
Por: Diana Miriam Alcántara Meléndez
La brecha que divide lo correcto de lo incorrecto, el bien y el mal, es sólo una cuestión de percepción en la que influyen factores como la educación, los valores, la ética, las creencias religiosas o las experiencias de vida. Lo que para una persona puede parecer correcto, para otra podría ser incorrecto, según su punto de vista de los hechos, su análisis de ellos y sus costumbres personales y de la sociedad. Las reglas, tradiciones, cultura y sistemas de organización proponen un orden con lineamientos a seguir, es decir, que estipulan, de alguna manera, los parámetros sobre lo que es libertad y lo que es incurrir en faltas que deben ser penalizadas. El sistema de justicia en la mayoría de países del mundo, si no es que en su totalidad, operan bajo esos principios ético-morales que definen cuáles acciones son sancionadas socialmente, estableciendo además los procedimientos jurídicos mediante los que se denuncia, investiga, interpreta y se dictamina una acción como causal o no, de un castigo o sanción.
En los países de Norteamérica la acción penal, después del proceso de averiguación, conduce a la realización de un juicio, en donde un juez se encarga de dictaminar la resolución conforme a lo establecido en las leyes y disposiciones jurídicas aplicables al caso. A veces un abogado no necesita demostrar que su cliente es culpable o inocente, sólo debe justificar sus acciones hasta un punto entendible en el que la sociedad lo perdone por sus acciones o conductas delincuentes; para hacerlo debe jugar con el enfoque de la percepción. Ese es el caso en la película Anatomía de un asesinato (EUA, 1959), un relato que se centra en la táctica con agilidad, inteligencia y maña de un abogado para convencer al jurado de dejar libre a su cliente, un militar que asesinó al hombre que abusó sexualmente de su esposa.
La película está dirigida por Otto Preminger, con un guión de Wendell Mayes, basado en la novela homónima de John D. Voelker, y protagonizada por James Stewart, Lee Remick, Ben Gazzara, Arthur O’Connell, Eve Arden, Kathryn Grant, George C. Scott y Brooks West; estuvo nominada a 7 premios Oscar: mejor película, director, guión adaptado, fotografía, montaje, actor principal (Stewart) y dos actores de reparto (Scott y O’Connell).
Paul Biegler es un abogado que recientemente no fue reelecto para su cargo de fiscal y desde entonces se la pasa deambulando en el ocio, saliendo a viajes de pesca o socializando en clubes con sus amigos. Su interés de regresar a la profesión lo encuentra cuando le piden representar a un hombre que ha matado al dueño de un bar. El plan de Biegler no es convencer a los miembros del jurado de la inocencia de su cliente, el Señor Manion, tanto porque varios testigos presenciaron el incidente como porque él mismo acepta su culpa, sino acomodar lo hechos, la evidencia y la información obtenida de las declaraciones de los testigos para que parezca que sus acciones son entendibles, incluso justificadas.
El abogado barajea las opciones según mejor puedan manipularse durante el juicio. Defensa propia o accidente involuntario son algunas de las posibilidades que consideran tanto él como su cliente, hasta decidirse por una defensa sustentada en la “locura temporal”, alegando que el impulso del momento, un impulso irresistible que no podría ser controlado y que lo empuja al asesinato, lo libra, de alguna forma, de su culpa y la responsabilidad de sus acciones.
El juicio se convierte en un vaivén de discursos entremezclados entre el abogado defensor y el fiscal de distrito, donde información es ocultada, omitida o manipulada, según le convenga a los respectivos fundamentos de cada discurso, dando a la argumentación jurídica relevancia en aquellos aspectos que en opinión de cada sustentante más favorezcan a la causa que representan: Biegler, en favor de su defendido, el fiscal en función de encontrar los elementos probatorios de culpabilidad del asesino confeso.
Así, por ejemplo, Biegler interrogando al mesero del bar que presenció el asesinato, presenta evidencia de que el hombre asesinado guardaba un arma detrás de la barra del bar del establecimiento. El fiscal objeta diciendo que la información es irrelevante, ya que el abogado defensor sostiene su caso en que el crimen fue cometido por locura temporal, no que se justifica como defensa propia. Éste como otros hechos factuales sólo cobran importancia según se acomodan en la ecuación; que el otro tenga un arma sólo destaca si el acusado disparó y lo mató en defensa propia, pero deja de ser relevante si se acuerda que el asesinato sí se realizó de manera premeditada como venganza, pero por causa de un estado mental en que el cerebro no razonaba de forma clara al momento de jalar el gatillo.
Biegler se las ingenia para manejar la información y manipular la situación, pero porque el sistema así se lo permite. El eje que mueve el juicio y confronta abogados es el determinar cuál fue la razón, la causa, por la que Manion asesinó y cómo o qué tanto, se puede castigar este acto. La fiscalía sostiene que fue un asesinato premeditado y doloso que debe ser castigado con rigor independientemente de la razón, pero además, que el acusado sabe de su culpa y miente al decir que no recuerda el crimen o que no sabe la razón por la que cometió el asesinato. El abogado defensor, por su parte, opta por el camino contrario y su defensa de “locura temporal”, reforzada por el abuso sexual hacia la mujer del detenido, es utilizada para excusar las acciones del militar, para justificar un crimen en función de reacciones provocadas por la conducta también delictiva del asesinado, como pidiendo al jurado perdonar al criminal citando una especie de justicia colateral: el hombre disparó contra a alguien, pero ese alguien lo merecía por ser un violador. Biegler pone al acusado en un nivel empático, juega con las emociones del jurado y al mismo tiempo hace a menos el asesinato, camuflándolo de motivos secundarios imposibles de comprobar, pues el impulso irresistible que cita es un estado mental analizable pero no evidente, ni palpable, ni posible de demostrar.
Como abogado, Biegler cumple su función, hace su trabajo y logra su objetivo, triunfar en su profesión; para él el caso es sólo eso, un caso a ganar, no un asesinato y no un crimen, sino un conjunto de información que debe razonar, defender, excluir, eludir o refutar con sustento a favor de su causa. Su actitud desenfadada y tranquila en el tribunal es respuesta a la dureza con que actúa su contrario, el fiscal general, quien con una forma directa y rígida para dirigirse hacia los testigos pretende intimidar a los personas hasta el punto de forzarlos a decir la verdad, o por lo menos lo que él quiere escuchar y que escuchen los miembros del jurado. Las distracciones como las bromas o una actitud a la ligera con que aborda ciertos aspectos del juicio es la forma como el abogado defensor busca romper con la tensión, en busca de simpatía y empatía para él y, por extensión, también para su cliente.
Su caso se construye con distracciones colaterales no siempre basadas en la evidencia, sino en la actitud del momento, el espectáculo con que puede envolver el juicio, por ejemplo, objetando contra todo detalle o poniendo sobre la mesa cualquier información, completa o incompleta, que pueda cubrir, confundir o contradecir a otra. Su estrategia incluye la manipulación de la percepción y la imagen, generando apariencias, retomando los hechos no como fueron, sino cómo pueden ser percibidos, como quiere que sean observados para impactar en las emociones y sentimientos de quienes juzgan, enfatizando referencias relacionadas con el pasado militar y de guerra por el que ha pasado el acusado, su experiencia con el uso de armas y la forma como su profesión puede tener resonancia en su conducta.
Para Beigler el caso es estrategia, no justicia ni líneas divisorias entre lo correcto y lo incorrecto. “Justicia poética”, dice su amigo y socio, quien resume con el concepto la situación de su realidad: el declarado inocente Manion huye con su esposa de la ciudad, sin haberles pagado por sus servicios, obligándolos a trabajar como abogados en el caso administrativo de la herencia del bar, del que era dueño el hombre asesinado. La justicia poética es un recurso literario en el que la virtud es recompensada y el vicio es castigado, normalmente en un giro irónico provocado por las mismas acciones de los personajes. Aunque, en este caso, parece evidenciar que manipular las emociones para justificar un delito no necesariamente significa verdadera inocencia y/o benevolencia del implicado.
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Anatomía de un asesinato
Dir. Otto Preminger
Estados Unidos 1959
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Diana Miriam Alcántara Meléndez | diana@filmakersmovie.com | México
Guionista y amante del cine, ha estudiado Comunicación, Producción y Guionismo a los largo de los años con el fin de aportar a la industria cinematográfica una perspectiva fresca, entrenada y apasionada. Actualmente cursa un Máster en Comunicación, Periodismo y Humanidades a propósito de enriquecer su mente y trabajo.