Bob Dylan ganó el Nobel
Por: Aprieta Tuercas
Platicaba con un amigo sobre el hecho inaudito de que Bob Dylan obtuviera el premio Nobel de Literatura, y cómo la mayoría en el mundillo de las letras había reaccionado con repudio e indignación, incapaces de esconder su envidia, tomándoselo como una afrenta personal. “Ya ves que tienen la piel muy sensible…” Pero mi amigo me interrumpió y, sin mayor preámbulo, cambió el tema y comenzó a relatarme sobre una borrachera épica (así la llamó) que tuvo al cumplir 24 años, la última vez, según él, que perdió el conocimiento:
Eso que le dicen el blackout, apagón, censura, pérdida de conocimiento temporal, cuando la mente queda como suspendida, como máquina atrofiada, y se te borra el cassette de lo que pasó durante gran parte de la noche.
Fui a uno de esos bares tan comunes acá, con máquinas y juegos de apuesta, tal vez fue un pequeño casino de esos ilegales, medio clandestinos, no recuerdo bien.
A mí me da lo mismo apostar, pero mi amigo, con el que fui a celebrar mi cumpleaños ese día, es medio adicto y se puso a jugar con fervor, apostando de a cien. Pero ni qué decir, porque ganó y, además, me prestó su suerte.
Al final, entre los dos, ganamos 2 mil de los billetotes verdes, ¡2 mil dolarucos! Así como lo oyes y, pues, ya en la euforia nos fuimos a otro bar y después a un antro, un night club, como le dicen.
No creía mi suerte y comentaba sobre esto con mi amigo cuando un tipo se acercó a nuestra mesa, lo miramos sin detalle, pero entabló conversación fácil porque igual ya andaba borracho, y nos pusimos a brindar en gesto de bienvenida.
Habrá tenido unos 20 años más que nosotros, parecía simpático y, en cuestión de minutos, platicábamos ya como si fuéramos amigos. Morgan dijo que se llamaba. Había recorrido pocos caminos, casi como nosotros.
Al cabo de una hora, nos pusimos de acuerdo para ir al night club y seguir la fiesta, “la trufa”, como dijo Morgan.
En algún momento de la noche, no recuerdo bien, el tal Morgan desapareció. Yo me colapsé en la pista de baile intentando seguramente bailar como latin lover y mi amigo… pues ni sé qué hacía él. Salimos de ahí o nos sacaron y, a las pocas horas, amaneció.
Quizá bebimos unas cervezas antes, ahí por la calle del pueblo, sin dirección a casa, como completos desconocidos a la deriva. A esas horas, el pueblo ya estaba solitario, incluso sin grifos como nosotros.
Buscamos un taxi para ir de regreso al hotelucho aquél que, creo, era más bien un motel, aunque no de los de “paso”. Pero ¡ningún mísero taxi pasaba! Yo creo andaban fuera, descansando quizá.
Pedimos aventón inútilmente, mientras avanzábamos sin rumbo. Para hacer más poético el asunto, el cielo estaba gris y comenté que se venía un aguacero inminente. Así sería el fin de nuestra fiesta, borrachos y hartos y, encima, empapados.
Ya perdida la paciencia y la esperanza, resignados a seguir caminando, resoplando el alcohol por nuestras bocas secas y sudándolo en los sobacos y la espalda, ¡apareció un taxi!
Se detuvo en la esquina de la calle donde estábamos, a unos metros nada más. Bajó un tipo y desde la puerta del copiloto nos hizo señal de que subiéramos. Creo que también gritó nuestros nombres. Nos fuimos acercando y resulta que el tipo que nos invitó a subir ¡era Morgan!
Volvió al rescate de nuestra dignidad, pensé. “Te dije que seríamos salvados, el Morgan nos salvó de esta condena”, comentó mi amigo exaltado. Le dije secamente que no exagerara, era sólo suerte (our lucky day, bastard!).
Saludamos a Morgan con efusividad, seguro hasta le dimos un abrazo. Acto seguido, le dijo al taxista que nos llevara a nuestro hotel y ahí nos dejó a los pocos minutos. Ya en la despedida, nos dijo que había sido una gran noche, ojalá se repitiera, “ustedes son buenos muchachos que, además, saben beber…”
No lo volvimos a ver. Al día siguiente, con una cruda mísera nos regresamos a nuestro pueblo y, desde esa vez, no he vuelto a reventar así. La verdad es que recuerdo muy poco de ese día, el dinero no sobró pero, sin duda, como dijo el tal Morgan, del que nunca olvidaré su nombre, fue una gran noche.
Al terminar su relato, yo continué sobre el tema de Dylan, el bardo, el que adoptó el nombre de pila de ése otro gran poeta irlandés del que la verdad he leído muy poco, Dylan Thomas.
Bob Dylan, el cantautor, el vagabundo, aquél que ya recorrió los caminos necesarios para ser considerado hombre, ganó el premio Nobel de Literatura. Primer músico que logra este reconocimiento, músico de rock, que no se nos olvide. Por eso, quizá, el premio se siente tan irreal, algo que no ocurrió pero que tuvo lugar. En estos días, he leído acerca de lo que han escrito los del mundillo de las letras, aquéllos que saben, y el consenso es que es improbable determinar si se lo merecía.
Para mí, le dije a mi amigo del relato, todo esto me parece una ficción, como si estuviera viviendo un cuento en el que el músico de rock, Bob Dylan, obtiene el Nobel de Literatura y la explicación oficial es que “a través de sus poemas (que son eso en realidad sus canciones) ha logrado trascender las fronteras de los géneros literarios”. En ese mismo cuento, el magnate Trump fue electo presidente de Estados Unidos; los ingleses decidieron separarse de la Unión Europea; el pueblo de Colombia rechazó los acuerdos de paz de una guerra que llevaba más de 50 años; Fidel Castro, el inmortal, falleció; Leonard Cohen, el poeta (quien declaró que darle a Dylan el Nobel era “como haberle dado una medalla al Everest”), también murió; David Bowie, el alien, abandonó el mundo, despidiéndose con una obra maestra que quizá fue el mejor disco de 2016; los Cubs de Chicago ganaron por fin la serie mundial, después de más de 100 años de no poder hacerlo; y tantos otros sucesos que sería mejor que los enumere y aborde quien escriba la novela de esta ficción en el futuro.
Sin embargo, coincidimos mi amigo y yo, el Nobel de Dylan es más que merecido. Ha sido un poeta y músico innovador, un visionario. Aunque, la verdad, nadie sabe quién es Bob Dylan en realidad, que es como decir, nadie sabe quién es en realidad y, por ende, el éxito y la fama son absurdos, una falsificación (a misshapen). Cuando le preguntaron a Dylan si se sentía músico o poeta, respondió “no me siento nada”.
Continuamos platicando sobre otro tema, y después mi amigo preguntó si quería una cuba con Captain Morgan. ¡Qué perspicaz!, le dije, y abrimos las cervezas, que eran lo único disponible. En ese momento, creí que éramos el bufón y el ladrón bajo la torre de control, sintiendo que la vida no es más que una broma.
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Aprieta Tuercas | morellet.blogspot.com | El Mundo
Por un tiempo fue tesorero del coronel Aureliano Buendía, ahora, intenta hacer crítica o reseñas literarias en sus ratos libres.